Doji Kaoru Blog

martes, septiembre 27, 2005

Memorias de Mirumoto Hiromi - Nuevo destino, Ryoko Owari no Toshi

Habían transcurrido varios días desde la conclusión del Campeonato Topacio. Iuchi Misoko y yo no habíamos abandonado Tsuma con nuestros respectivos clanes de vuelta al hogar debido a la petición expresa del Campeón Esmeralda, Doji Satsume, de permanecer en la ciudad hasta nueva orden. Por haber quedado entre las mejores en el torneo, se nos encomendaría la primera misión de una larga serie.
Una mañana, el Daimyo Grulla, Doji Hoturi nos hizo llamar a su presencia. Como tal, también era Magistrado Esmeralda y responsable, por tanto, de la ley y el orden en el territorio del reino.
- Os pedí que residiérais en Tsuma hasta que encontrara en qué podríais ser útil al Imperio – dijo tras presentarle nuestras más profundas reverencias -. Deberéis partir inmediatamente en una misión de escolta hacia Ryoko Owari. Acompañaréis a Ide Kyo, un diplomático, hasta el castillo Ide en esta misma ciudad. Como sabréis, se encuentra en tierras Escorpión, más allá de los Lagos. Una vez en Ryoko Owari, ejerceréis de Magistradas Esmeralda junto a Bayushi Sugai, que ha partido hace varias horas de camino hacia allí. Preparad vuestras cosas, y cuando estéis listas, venid aquí. Vuestra misión os estará esperando.
Yo ya sabía de qué se trataba la escolta. Era un trabajo aburrido y muy rutinario, y seguramente el protegido sería un pobre diablo. No quise comentar nada con Iuchi-Sama, aunque por la expresión de su rostro, deduje que a ella tampoco le hacía mucha gracia tener que adentrarse en tierras Escorpión, atravesando la frontera entre dos clanes prácticamente en guerra, para cumplir la tarea de Magistrada al lado de un asesino como era Bayushi.
No tardamos apenas en recoger nuestras cosas, a excepción de la katana que me había regalado Megumi, cuyo filo se oxidó tras el torneo. Cuando regresamos a la casa del Magistrado, ya nos esperaba a la puerta el que se suponía iba a ser nuestro encargo, aguardando junto a una dama de compañía que protegería nuestra pureza. Creo que hasta ese momento, era el hombre más hermoso que había visto nunca. Algo en su mirada angelical tocó mi alma nada más abrió la boca para saludarnos.
Por el camino nos habló cordialmente, y su conversación era clara y fluída como un estanque de agua glacial. Nos cayó bien enseguida, y apreciábamos la compañía de alguien culto e inteligente que no pareciera tener ningún tipo de interés político. Aunque lo hubiera tenido, nosotras éramos prácticamente dos recién nacidas al mundo adulto, así que poco podría habernos sacado. Tengo la sospecha de que si esto no hubiera sido así, tampoco nos habría importado contárselo. Pasábamos las noches en aldeas a lo largo del camino, y no tuvimos apenas contratiempos hasta que el sol se puso el día que cruzábamos las montañas.
- No podemos demorarnos más aquí, Iuchi-San – dije observando el último rayo de luz de la tarde -. Trata de encontrar una aldea, por favor.
A la pequeña shugenja no le entusiasmaba la idea de que la vieran practicando sus hechizos, pero a regañadientes invocó a un kami de tierra que le indicó hacia dónde podíamos dirigirnos. Tomamos rumbo suroeste, tal y como ella nos explicó, y a menos de una hora hallamos una pequeña aldea en cuyo perímetro había varios guardias que se inclinaron nada más vernos. Nos rogaron que esperáramos a que avisaran al Chonin, el jefe de la aldea. El anciano no tardó en llegar, envuelto en un kimono que pedía a gritos que lo sacrificaran.
- Necesitamos pasar aquí la noche – dijo Ide con una sonrisa encantadora -. Vamos de camino a Ryoko Owari y la noche no nos ha perdonado el retraso. Quizá podrías ayudarnos.
- Por supuesto, mi señor. Aunque vuestra presencia aquí me extraña, pues desde que regento la aldea ningún samurái nos ha honrado con su paso. Pasad, pasad. Mi casa será la vuestra mientras permanezcáis aquí.
La choza donde residía el Chonin no era ninguna maravilla. Tenía dos habitaciones amplias, en una de las cuales Ide Kyo decidió pasar la noche mientras nosotras y la dama de compañía reposábamos en la otra.
A la mañana siguiente, tras asearnos y prepararnos para reemprender la marcha, el Chonin vino a vernos muy angustiado.
- ¿Qué ha ocurrido?- preguntó Ide interesado.
- Señor, esta noche alguien ha asesinado a nuestros guardias. Es algo totalmente irregular, nunca nadie había atentado contra la vida de nuestra patrulla de manera tan cruel. No han entrado a robar ni han causado ningún otro daño – explicó el anciano visiblemente nervioso.
- ¿Podríamos ver los cadáveres?- pregunté tras oír sus palabras.
- Acompañadme.
Caminamos hasta casi la salida del pueblo y allí se encontraban ya los encargados de retirar los cuerpos haciendo su trabajo.
- Deberíamos quedarnos otra noche, Mirumoto-San – opinó la shugenja -. Esto es muy extraño.
- Déjele actuar, Chonin. Nuestra compañera es una diestra investigadora y sin duda dará con la causa de todo esto – dijo Ide sonriendo.
- Como gustéis.
- En todo caso, nada más caer el sol se dará un toque de queda. Que se atranquen puertas y ventanas y que nadie salga a la calle tras el anochecer – dije al alcalde -. ¿No hay más gente adiestrada en las armas?
- Nuestros guardias eran los únicos – respondió el anciano antes de irse.
Me incliné sobre los cuerpos. Tres de ellos tenían flechas clavadas en el cuerpo, y por el ángulo con el que se hundían en la carne, deduje que habían sido disparadas desde una altura superior a la que se encontraban los pobres infelices. El cuarto no tenía ningún proyectil, sino que su garganta había sido segada, probablemente por algún tipo de cuchillo o daga corta. Intenté descifrar alguna huella, pero aquello había sido un caos de pisadas desde que se encontraron los cuerpos. Los etas encargados de retirarlos me indicaron que había otros dos al otro extremo del poblado. Atravesé toda la aldea y en efecto, otros dos cadáveres estaban siendo retirados en el momento en que llegaba. Habían sido asesinados con flechas, como sus compañeros. Traté de recordar qué clan era experto en el tiro con arco. Realmente cualquier samurái digno de ser así llamado dominaba hasta cierto punto esta disciplina. De hecho, mi propia escuela de Kenjutsu tenía una rama especializada en el tiro con arco cuya destreza era reconocida en todo el Imperio como la mejor escuela de Clan Mayor. Pero aparte de nosotros, los Avispas eran particularmente diestros en este arte. Sus tierras quedaban a unos pocos kilómetros de la aldea.
Me reuní con mis compañeros de viaje y les expuse mis teorías.
- Creo que esta noche deberíamos patrullar nosotras. Haremos turnos para no dejar sin vigilancia a Unicornio-Sama – dije tras mi explicación.
- Queda apenas una hora de luz. Propongo que cenemos y comencemos el recorrido. Empezaré yo – propuso Iuchi-San.
Yo me instalé a dormir a la puerta del dormitorio de Ide Kyo, con la empuñadura de la katana en la mano, y pronto caí en un tibio duermevela mientras ella hacía la ronda.
- Hiromi-San – oí a lo lejos.
Entreabrí los ojos y me encontré con la cara de la Unicornio.
- ¿Qué ocurre? ¿Acaso ha pasado algo?- pregunté incorporándome.
- He visto varios hombres ocultos entre los árboles. No he podido distinguir de qué clan son, pero llevan arcos – me informó en voz baja -. No sabía qué hacer y decidí avisarte.
- De acuerdo. Vayamos a ver quiénes son.



Me vestí y colgué mi daisho de la cintura en silencio. Llevaba el arco ya encordado de la mano, con una flecha a punto para disparar. Ya era noche cerrada, y apenas podíamos ver por dónde íbamos dada la escasa iluminación de las calles. A los pocos metros, me ordenó detenerme y señaló unos árboles a varios metros de nosotras.
- No veo nada – dije finalmente tras escudriñar el follaje -. Iuchi-San, ¿estás segura de lo que viste? Me parece que…
No tuve tiempo de concluír la frase, pues varias flechas cayeron silbando sobre nosotras, y una de ellas se hundió en la base de mi cuello. Me mareé y caí de rodillas por el impulso del golpe mientras mi compañera intentaba hacer frente a la situación. Me arrastré lentamente entre la lluvia de flechas a cubierto, dejándole hacer sus hechizos a fin de malograr los planes de los asesinos. Disparé mi arco, pero debí fallar. Notaba la sangre escurriéndome por la casaca del kimono, y haciendo acopio de fuerzas, me arranqué la punta de la carne. Casi me desmayo debido a la gran pérdida de sangre, pero repentinamente noté una mejoría inmediata. La shugenja había lanzado su hechizo favorito sobre mí para curar mi herida. Fue en ese momento cuando bajó la guardia que siempre mantenía tan alta y fue herida por una de las flechas que volaban hacia nosotras. Cayó inmediatamente al suelo, dolorida y sangrando, en mitad de la calle. Yo estaba a cubierto, pero no podía dejarla allí tirada. Así que sacando fuerzas de flaqueza, salí de mi escondite y me la eché sobre los hombros. Sentí como otra flecha se clavaba en el comienzo de mi hombro derecho con gran dolor, pero aguanté y conseguí ocultarnos tras la casa. La dejé apoyada contra la pared y respirando profundamente, eché un vistazo pegada al muro. Pero allí ya no había nadie. Ni rastro de los asaltantes excepto un suelo cubierto de flechas y algo de sangre.
Llegamos a duras penas a la casa del Chonin, y lo que nos esperaba allí era todavía más desolador. La dama de compañía que había vigilado nuestra conducta desde que salimos de Tsuma yacía sin vida, degollada en el suelo. Mis sospechas se confirmaron cuando encontré revuelta la habitación de Ide, vacía. Había desaparecido. Llamé al Chonin, que acudió de inmediato y trajo a un curandero que vendó nuestras heridas. Iuchi-San necesitaba descanso, y a mí tampoco me venía mal dormir unas horas, por lo que decidí llevar a cabo el rescate a la mañana siguiente.
Apenas pude conciliar el sueño tratando de reconstruir los hechos. Pero el dolor de mi cuello me impedía pensar con claridad. Vi a través de la ventana de papel los primeros rayos de la mañana, pero no sentí ningún consuelo. Habíamos fallado en nuestra misión y traicionado la confianza de aquél a quien protegíamos. Me levanté ajustando el vendaje de mi hombro y desperté a mi compañera.
- No podemos demorarnos más tiempo aquí – dije apartándome para que se incorporase -. Debemos intentar algo.
- Puedo averiguar hacia dónde se han llevado a Ide – musitó buscando entre sus pergaminos -. Permíteme un momento.
Se irguió a una velocidad que desmentía las heridas sufridas la noche anterior. Seguro que tenía algún tipo de poción curativa. Suspiré girando el brazo para ver hasta qué punto podía defenderme con la katana y el wakizashi. Cuando me volví hacia ella, sus ojos relucían.
- Ha ido hacia el sureste – informó saliendo de la casa.




Recogimos mi poney y su caballo y pusimos rumbo al sur tras despedirnos del Chonin y darle las gracias por su hospitalaria acogida.
El camino era montañoso y las huellas eran difíciles de encontrar, pero recurriendo a las enseñanzas de mi clan, que en cuanto a lo que a investigación se refiere son muy extensas, conseguí hallar un par de ramas rotas en un montón de arbustos y seguimos el rastro. El sendero por el que circulábamos era estrecho y teníamos que ir en fila. Yo iba atenta a lo que podría descubrir en el suelo, por eso me sorprendí cuando Iuchi-San me rozó el hombro para indicarme que mirara hacia arriba. En la salida de lo que parecía una caverna había un ashigaru, un simple campesino con cierta destreza en las armas. Dio un grito al vernos y disparó una flecha, que cayó entre nosotras.
Miré a Iuchi-San y vi que estaba preparando una bola de fuego mágica. Subí al mismo nivel de la cueva delante de ella y desenvainé mi katana y mi wakizashi. Éste iba a ser el primer enfrentamiento serio de mi vida y no podía fallar. Dos ashiguri vinieron hacia mí con sus yari en alto. Conseguí matar a los dos con cierta facilidad, pero detrás había otros dos. Y el último que salió de la caverna me heló la sangre en las venas. Llevaba una armadura pesada, medía casi dos metros y cada uno de sus brazos era igual de grande que mi pierna. Detuve los golpes de los campesinos y herí a ambos, pero cuando se abalanzaron sobre mí, Iuchi-San me susurró que me agachara y lanzó sus dos bolas de fuego. Cayeron como malvaviscos asados. Me giré hacia ella y sonreí, pero todavía quedaba lo peor, y ella lo sabía. La vi rebuscar entre sus pergaminos y alcancé a leer el nombre. Se estaba preparando para curarme.
Miré al ronin que se acercaba hacia mí con la katana desenvainada, dispuesto a atacarme. Pero yo era más rápida y le propiné un golpe de considerable magnitud. Mi cara debía ser un verdadero poema cuando descubrí que el hombre no se había inmutado. Falló su ataque con la espada, y cuando le impacté por segunda vez, pareció cansarse del juego. Envainó la katana y sacó de sus espaldas un tetsubo. Me sentí mareada al ver un arma de tal dimensión, pero traté de no amedrentarme. Conseguí atravesar a la tercera la gruesa armadura pesada, pero al golpearlo bajé mi guardia y me llevé un tremendo varazo con el tetsubo. Casi caigo al suelo del impacto, y sentí cómo mis costillas se hacían añicos bajo mi armadura ligera, que parecía inútil ante los ataques del ronin. Mi respiración se hizo más dificultosa, y boqueaba en busca del aire necesario. Pero de inmediato noté los efectos de la curación mágica de la shugenja que se encontraba detrás de mí, y la siguiente estocada que asesté fue la última. La mole cayó al suelo, muerta, rodeada por su propia sangre.
Me di la vuelta e incliné la cabeza en señal de agradecimiento, pues de no ser por Iuchi-San probablemente no habría salido viva del enfrentamiento. Con la katana todavía de la mano entramos en la caverna. Al fondo se encontraba, atado y algo magullado, nuestro protegido, Ide Kyo. Corrimos hasta él y corté sus ataduras.
- Lo sentimos mucho, Ide-Sama – dije agachando la cabeza -. Ha sido un error imperdonable, pero rogamos tu indulgencia.
- Creo que será mejor para todos no mencionar este pequeño incidente cuando lleguemos a Ryoko Owari – contestó sonriendo.
Suspiramos aliviadas mientras recogía su daisho y el resto de las pertenencias que le habían arrebatado.
- Deberíamos buscar un sitio para pasar la noche – opinó Iuchi-San mirando al cielo. Quedaba apenas una hora de luz.
- No podemos quedarnos aquí, rodeados de cadáveres. Buscaremos donde refugiarnos – dije echando un vistazo alrededor.
- No puedo caminar demasiado lejos, estoy terriblemente fatigado y algo dolorido – reconoció Ide arreglándose la ropa.
- De acuerdo, iremos a algún sitio cercano – concedí iniciando la marcha.
Fue durante ese corto trayecto que noté cierto cambio en la actitud de Ide Kyo hacia mí. Iuchi-San parecía despreocupada, pues había visto un claro a poca distancia y llevaba marcado el camino delante de nosotros. Pero el joven caminaba cada vez más cerca de mí, me susurraba al oído en lugar de hablar en voz alta e incluso estuvo a punto de tocarme, algo que me más que como una muestra de cariño, me habría tomado como una ofensa. Pero su timbre era tan agradable, tan dulce su conversación y tan bellos los ojos con los que me miraba atentamente que sentí que haría cualquier cosa que me pidiera.
Afortunadamente, alcanzamos el claro antes de que se le ocurriera sugerir nada.
- Haremos turnos para vigiliar – dije señalando las huellas de lobo que cruzaban el terreno.
- Yo estoy muy cansado – se apresuró a decir Ide -. Además – añadió mirando a Iuchi-San -, necesito ser curado y conozco la destreza de tus habilidades.
- Lo lamento, Ide-Sama, pero no me encuentro en condiciones de realizar ningún tipo de hechizo – se disculpó ella. Todavía tenía vendado el cuello y algo de sangre traspasaba la gasa. No podíamos retrasarnos ni un minuto más en el camino.
- De acuerdo, realizaré yo la guardia. Si creo que voy a dormirme, te despertaré – dije a Iuchi-San.
Así que alumbrada por una luna menguante, me apoyé en el tronco de un árbol con la katana sobre el regazo y empecé a contar estrellas. Fue una mala táctica, pues pasadas cerca dos horas mis párpados se negaron a seguir abiertos y caí dormida.
Fueron unos instantes los que concilié el sueño, pues pronto oí una voz suave llamándome.
- Hiromi-San – susurró Ide sentado a mi lado -. Te has quedado dormida.
No pude articular palabra al ver que sus manos me estaban despojando de mi armadura. Quise oponer resistencia, pero esos ojos ardientes que seguían cada movimiento de sus manos, quitándome ahora el kimono y recostándome en el suelo, me obligaron a guardar silencio. Perdí la noción del tiempo, enredada con Ide, arrebatándome la pureza de samurái que tantos años había guardado. El dolor que sentí dejó paso a otro tipo de sensaciones mucho más duraderas, pues por su experta manera de conducirse supe que Ide no era ningún aficionado.
- Tampoco diré que te has dormido haciendo la guardia – dijo sonriendo antes de recobrar una distancia prudencial para descansar.
A la mañana siguiente, aunque Ide todavía retenía su encanto y belleza, me sentí totalmente sucia. Había perdido lo mejor que tenía con un cortesano que habría tenido a quien quisiera sólo para divertirse. Al menos ya estábamos cerca de Ryoko Owari, e hicimos una pausa para asearnos en el lago. Llevé a cabo las instrucciones que me había dado mi sensei para no quedarme embarazada y recé a los dioses para que no me castigaran con tamaña condena.
Una vez limpios y secos, retomamos el camino y en poco menos de dos horas llegamos a Ryoko Owari. Poco antes de alcanzar la ciudad nos encontramos con una patrulla de dos samuráis Escorpiones que, tras preguntarnos sobre nuestras intenciones, nos escoltaron hasta nuestro destino.
Si Tsuma me había llamado la atención por sus dimensiones y la belleza de sus calles, Ryoko Owari la dejaba atrás al menos en la primera cualidad. Por todas partes había comerciantes, guerreros, damas de rancio abolengo… Pensé que debía haber salido antes de mi ciudad. Los Escorpiones nos guiaron hasta la casa del Magistrado Esmeralda donde debíamos presentar nuestros respetos. Se encontraba en el centro, y destacaba sobre las demás construcciones por la cuidada ornamentación de su imponente fachada.
La sala donde nos recibió Bayushi Aramoro era la estancia más amplia de la casa. Conforme caminábamos hacia él pude observar al cuñado de la Dama Kachiko. El hermano de su esposo, el Daimyo del Clan Escorpión, ocultaba su rostro tras una de las más hermosas máscaras que he visto jamás. Sus ojos sesgados y oscuros poseían cierto destello atrayente, y la parte visible de su cara denotaba los hermosos rasgos de la familia Bayushi. Nos inclinamos ante él y esperamos que hablara él primero.
- Ya me informó mi sobrino sobre vuestra inminente llegada – dijo señalando con un gesto una figura apoyada contra la pared lateral que hasta ahora había pasado inadvertida. Salió de entre las sombras entornando la mirada con desprecio y en él reconocí a Bayushi Sugai -. Creí que vendríais antes.
- Señor, nos retrasamos por el camino debido a la belleza de los parajes Escorpión – contestó Ide Kyo sonriendo.
- Bien. Vosotras sois las nuevas Magistradas Esmeralda. Sabed que vuestros antecesores murieron asesinados. Espero que no sigáis su misma senda – observó con la mirada de un gato, aviesa y calculadora -. Dormiréis aquí, en la casa. Sugai os mostrará la ciudad mañana y os pondrá al día sobre los asuntos que nos atañen en este momento. Podéis retiraros a descansar.
A la mañana siguiente, tras haber pasado nuestra primera noche en nuestro nuevo hogar, Bayushi nos fue a buscar a primera hora. No parecía demasiado entusiasmado por la idea de tener en su ciudad a las dos únicas testigos de sus asesinatos que quedaban con vida. Sabía que tarde o temprano, mi destino me llevaría a intentar probar que él era el responsable de esas muertes, pero algo en mi interior se removía cuando lo tenía cerca. No era capaz de encasillar ese sentimiento con precisión, pero era algo similar a lo que había sentido la noche anterior con Ide. Sólo que amplificado de una manera que no habría imaginado nunca. Lo que más me extrañaba era sentirme tan atraída hacia él sin haber visto siquiera su cara.
- Cuando entrasteis en la ciudad, atravesasteis primero el barrio campesino y a continuación el de los artesanos – dijo sin dejar de caminar, sacándome de mis pensamientos -. Ahora iremos a la Ciudad de la Lágrima. Es el barrio más popular de Ryoko Owari. Os gustará – añadió Bayushi con lo que yo imaginaba era una sonrisa.
No entendí lo que quería decir hasta que llegamos. La Ciudad de la Lágrima era llamada así debido a su geografía. Se encontraba rodeada por el río que atravesaba Ryoko Owari, unida al resto de la ciudad por dos puentes, uno a cada lado del río. Al comienzo del puente por el que pasamos había una garita donde un hombe anciano de ascendencia plebeya estaba sentado junto a una piedra de afilar.
- Buenas tardes, nobles señores. ¿Quieren que afile sus espadas?- preguntó inclinándose en una reverencia.
Miré de reojo a Bayushi, que se desprendió acto seguido del Daisho y echó a andar en dirección al interior de la isla. Nosotras dos lo imitamos y a continuación seguimos sus pasos. Mirando alrededor descubrí que se trataba del barrio ocioso, por así decirlo. Por todas partes había casas de té, donde tomar un refrigerio o buscar compañía, posadas, tabernas… Entramos tras nuestro guía a una de las casas de cuya puerta colgaba el emblema de la familia de Bayushi. Él saludó a varias de las personas que estaban allí almorzando o conversando con alguna profesional del placer hasta que se le acercó una mujer con los mismos movimientos que un gato en celo. No parecía mayor de treinta años, pero su aspecto era cuidado y calculado hasta el último detalle. Intercambiaron algunas palabras y ella nos miró de reojo.
- Estas son Iuchi Misoko y Mirumoto Hiromi. Son Magistradas Esmeralda, llegaron ayer a la ciudad – nos presentó a la matrona -. Soshu Yuriko.
- Es un honor – contestamos las dos a la vez.
- Lo mismo digo – sonrió ella -. Espero veros pronto por aquí. Los amigos de Bayushi-San son tan bien recibidos como él mismo.
Lo miró sonriendo irónica, pues era del dominio público que a un Escorpión no le sobran los amigos. Así que tras despedirnos, salimos a respirar el aire fresco y fragante de los cerezos que rodeaban la calle mayor de la isla.
- Debo explicaros algo – dijo Bayushi reticente -. Dentro de poco iremos a recoger los impuestos de los campesinos. Normalmente lo único de lo que te tienes que preocupar es de que no se libren de pagar. Pero desde hace unos días, ha habido varios incidentes en las plantaciones de opio. Una banda de ronin bien organizada y equipada está robando y aterrorizando a los campesinos. Por consiguiente, el precio del opio se está disparando. Tenemos razones para creer que intentarán atacarnos. Aunque no sea así, no podemos dejar que sigan haciendo lo que les plazca en las tierras del Escorpión. Cuando se disponga el encargo, tened los ojos bien abiertos y estad preparadas para cualquier cosa. Si todo sale bien, no creo que tardemos en organizar algún tipo de avanzadilla para eliminar a esa banda de ladrones.
Nos quedamos mirando a Bayushi sin saber muy bien qué esperaba que le dijéramos, pero soltó una carcajada seca al ver la expresión de nuestros rostros y sacudió la cabeza.
- Por hoy tenéis el día libre. Podéis hacer lo que os plazca, pero pronto se llevará a cabo la recogida de impuestos. Estad atentas– advirtió antes de dejarnos solas e irse por donde había venido.
Le vimos marcharse sin inmutarnos. Lo que nos había dicho no era ninguna maravilla, y los días que nos esperaban podía ser los últimos si sufríamos un ataque durante la misión. Pero lo que contaba eran las horas que nos quedaban por delante, para nosotras solas.
- Me gustaría ir a presentar mis respetos al jefe de mi clan en la ciudad – dije tras pensar un rato -. Si quieres, podemos quedar aquí para cenar juntas.
- De acuerdo – contestó Iuchi-San -. Tras la puesta de sol te estaré esperando en la garita del guardia.
Nos despedimos en el mismo lugar donde debíamos encontrarnos y cada una fue hacia un lado distinto.
El Magistrado Bayushi Aramoro me había dicho que apenas había representantes de mi clan en Ryoko Owari, pues “no sabíamos apreciar las distracciones que aquí se nos ofrecían”. Si bien es cierto que mi clan era austero y nos apasionaban otros placeres que los carnales, yo era una joven de catorce años dispuesta a conquistar el mundo.
Tardé un rato en encontrar la dirección que me había dado donde, supuestamente, residía el Dragón de mayor rango de la ciudad. Cuando llegué, la puerta estaba abierta. Entré cautelosamente, dispuesta a presentar mis disculpas nada más encontrara a alguien a quien poder dirigirme, y lo que vi me dejó asombrada. Aquello era una especie de dojo donde se entrenaban varios alumnos. Pero en ningún caso eran samuráis, y su ropa y forma de luchar no dejaban lugar a dudas sobre su procedencia. Eran campesinos. Y quien les estaba adiestrando en las artes marciales estaba cometiendo un delito, aparte de desprestigiarse utilizando técnicas que a cualquier samurái de honor avergonzaría exhibir tanto en público como en privado. No tardaron en reparar en mi presencia, y la sensei, una mujer que había dejado su juventud atrás hacía varios años, vino a mi encuentro.
- Sé bienvenida – dijo después de ofrecerle una profunda reverencia -. ¿Querías algo en especial? – su voz me recordaba al crujir de las hojas caídas en otoño.
- Lo cierto es que he venido a presentar mis respetos al jefe de mi clan en la ciudad y me dijeron que aquí lo encontraría – contesté mirando de reojo a los campesinos que descansaban sentados en el suelo.
- Yo soy el único miembro de nuestro clan en Ryoko Owari. Me llamo Togashi Megumi. Y como puedes ver, estoy muy ocupada – añadió impaciente tras saber mi nombre.
¬- Supongo que sabrás que instruír a estas gentes va contra el honor y la ley – me atreví a decir.
- Imagino que eres nueva en la ciudad. Aquí la corrupción ha hecho mella en las esferas más altas. Lo único que hago es adiestrar a estas personas porque tienen derecho a proteger sus vidas y pertenencias – explicó la mujer a la defensiva -. ¿Acaso me estás cuestionando?
- En absoluto. Simplemente te advertía por si desconocías este detalle. Pero ya veo que no. A pesar de todo, me gustaría conversar contigo.
- Me honrarás compartiendo una ceremonia de té conmigo, pero tendrás que esperar. Como ya he dicho, estoy ocupada – sentenció regresando al entrenamiento.
Me senté a la entrada del recinto y la observé. Realizaba las prácticas con una destreza que desmentiría su edad, pero lo que vi no me agradó. Las técnicas que empleaban no eran propias de un samurái, pero reparé en que ella no llevaba Daisho. Por un momento me avergoncé de estar en una ciudad en que mi hermano superior fuera un renegado del Dragón. Pero lo cierto es que varios de los alumnos parecían tan aventajados que tuve serias dudas sobre el resultado de un duelo entre alguno de ellos y yo.
La clase no tardó en concluír y Togashi-Sama vino a mi encuentro. La acompañé hasta una pequeña sala donde me pidió que me sentara mientras ella preparaba la ceremonia. Conseguí no desentonar demasiado pese a que mis conocimientos al respecto eran bastante escasos, y tras terminar mi taza la miré fijamente.
- Esos campesinos, ¿cuánto tiempo lleva preparándolos?- pregunté tras haber dado vueltas a una idea que me rondaba por la cabeza.
- Bastante, pero no están preparados para luchar de manera organizada – contestó adivinando mis pensamientos -. No lucharán por proteger los intereses de los más poderosos.
- Pero si eliminan la amenaza de la banda ronin que ronda por los bosques, sus cosechas también estarán a salvo – repuse desconcertada.
- No sabrían estar a las órdenes de un líder.
- Podrías enseñarles – insistí con suavidad.
- Esta gente es gente sencilla. No sabrían coordinarse y dudo de que quisieran esforzarse en aprender – sentenció Togashi-Sama levantándose.
- Te agradezco que me dedicaras tu tiempo.
Me acompañó hasta la puerta del dojo y tras despedirnos, salí de camino a la Ciudad de la Lágrima. Aquel encuentro me había decepcionado dos veces, primero por la sequedad del recibimiento por parte de una hermana de clan y segundo por su negativa a adiestrar para la batalla organizada a los campesinos. Caminaba abstraída en estos pensamientos cuando me percaté de que estaba a pocos metros de la entrada, donde Iuchi-San me esperaba. La saludé sonriendo y tras dejar nuestros Daishos, entramos a la isla.
Pasamos varias semanas en la ciudad, paseando por la ciudad de la Lágrima, viendo a Sugai, encargado de adiestrarnos en las tareas de la Magistratura, y cada día que pasaba sentía como algo dentro de mí crecía, algo que jamás había experimentado, y de lo cual el único causante era él.
La noche antes del día fijado para la recogida de impuestos, regresamos por primera vez a la taberna a la que habíamos asistido el primer día en la ciudad. Nada más vernos, Soshu Yuriko vino a recibirnos con una sonrisa en los labios.
- Me alegro de volver a veros, jóvenes damas – saludó acompañándonos a una mesa -. ¿Queréis cenar?
- Sí, por favor – contestó Iuchi-San sentándose.
- Ahora mismo vendrán a atenderos – anunció dejándonos con una sonrisa.
Echamos un vistazo a las cartas donde estaban escritos los distintos manjares. Miré alrededor tras haber decidido mi pedido. Había varios samuráis, pero ninguna mujer lo era. Estaban acompañados por geishas que atendían todas sus necesidades. Algunas de ellas eran realmente hermosas, y como samurái Dragón que era, disfrutaba de una buena historia. Un par de jóvenes muchachos que no nos sacarían más de dos o tres años se acercó a nosotras y sonrió.
- ¿Estas dos bellas samuráis-ko han decidido ya?- preguntó uno de ellos inclinándose.
- Sí, tomaré pollo con verduras y arroz – dijo Iuchi-San apartando el pergamino de su vista.
- Yo lo mismo – contesté mirando a uno de los chicos.
- ¿Y para beber?- preguntó éste entornando los ojos.
- Sake caliente, por favor.
- Yo quiero uno fuerte – puntualizó Iuchi-San ante mi mirada asombrada.
- Como quiera la dama – sonrió el joven antes de irse.
No tardaron demasiado y, tras servirnos la comida, hice un gesto al joven que me había atendido para que se sentara a mi lado. Su rostro era dulce, y me apetecía tener su compañía. Durante la comida se limitó a preocuparse por llenar mi vaso y por que todo estuviera a mi gusto. Pero tras cenar, le pedí que me contara una historia. Tenía unos ojos preciosos, de color azabache, y su mirada era tierna y brillante mientras me relataba la leyenda de los Siete Truenos. Siendo una Dragón, no sería fácil engañarme, pues de mi clan proceden los mejores historiadores de Rokugan. Consiguió engatusarme con su suave acento y la calidez de su voz. Cuando acabó, me di cuenta de que no quería que la noche terminara ahí.
- ¿Dónde podríamos estar a solas?- pregunté susurrando a su oído.
- Sígueme – contestó sonriendo mientras se levantaba.



Me despedí con un gesto de Iuchi-San, que se quedó atónita al ver que desaparecía en dirección a las habitaciones. No tenía pensado, después de lo ocurrido con Ide Kyo, hacer algo más que dormir, pero esa noche necesitaba compañía y no quería sentirme sola. El joven sonrió dulcemente cuando le expresé mis deseos, me abrazó con ternura y ahí me dormí, acurrucada en sus brazos, respirando su suave aroma a cereza.
Mientras, Iuchi-San decidió fumar una pipa mientras se relajaba y pensaba en lo que podría esperarnos en aquella ciudad. Había visitado el castillo Ide aquella tarde, presentando sus respetos al jefe de la ciudad. Ide Kyo se había despedido de ella tan encantador como siempre, pero ella sabía lo que había pasado entre él y su compañera Dragón. Aunque no tenía planeado contármelo, fue algo que siempre intuí. Después de pagar la cena, regresó a la casa de la Magistratura y en breve concilió el sueño.
Por la mañana se levantó con los primeros rayos del sol y se aseó. No le gustaba llevar ropa de un día para otro, así que se cambió y mandó lavar el atuendo del día anterior. Apenas había acabado de prepararse cuando Bayushi Sugai entró en la casa.
- ¿Estáis listas?- preguntó echando un vistazo alrededor -. ¿Dónde está tu amiga?
- No ha pasado aquí la noche.
- Espero que esa estúpida no llegue tarde – murmuró entre dientes.
A diferencia de Iuchi-San, me desperté más tarde de lo que me hubiera gustado, pero pagué apresuradamente y dejé algo de propina para el muchacho.
- Espero volver pronto – dije a modo de despedida.
- Aguardaré el momento de poder compartir unos instantes contigo de nuevo con impaciencia – contestó guardando el dinero.
Salí acomodando el Daisho en el costado izquierdo de mi cintura y llegué casi sin aliento a la puerta, donde desgraciadamente ya me esperaban Iuchi-San y Bayushi-San.
- Siento haber llegado tarde – me disculpé inclinándome.
- Vamos, tenemos cosas que hacer – dijo él sin mirarme siquiera -. Hoy tenemos que recoger los impuestos – explicó tras una pausa durante la cual caminamos de camino a unas cuadras.
Allí uno de los mozos tenía preparado un carromato donde transportaríamos las ganancias. Mientras arreglaba los arneses de las mulas, llegaron otros seis samuráis Escorpión, destinados al parecer a escoltar nuestra patrulla recaudadora. Bayushi-San los saludó con cierta cordialidad y cuando salimos del establo, nos posicionamos según sus instrucciones para reaccionar en caso del esperado ataque de la banda de ronin que merodeaba por las afueras al sur de Ryoko Owari. Llegamos a los suburbios donde los campesinos tenían sus chozas, cerca de los campos que cultivaban. Las paradas en cada casa hacían que la marcha transcurriera lenta y algo tediosa, para ser sincera. No me interesaba ese tipo de actividades, pues no solía dar demasiada importancia al dinero, pero Bayushi-San parecía encontrarse en su ambiente extorsionando a los trabajadores.
Acabaría de nacer la tarde cuando llegamos a la última parada. A la puerta de la casa, algo menos modesta que las que habíamos visitado con anterioridad, nos esperaba un hombre que vestía un desaliñado kimono marrón de mejor calidad de lo que hubiera parecido a primera vista. Bayushi-San se acercó a él e intercambiaron unas palabras mientras los mozos que nos acompañaban cargaban el cofre con el dinero de los impuestos. Disimuladamente, observé los movimientos del Escorpión. Mientras conversaban, algo cambiaba de manos, y por la forma del paquete deduje que era dinero. Podría ser una novata en cuestiónes financieras, que tampoco era el caso, pero sabía que este tipo de acciones tenían un nombre: soborno. Normalmente, los campesinos que cultivaban extensiones importantes de terreno declaraba menos de lo que tenía para evitar que su cuota para el Tesoro Imperial no fuera demasiado elevada. A pesar de que normalmente debían sobornar a los recaudadores, la suma que les era entregada era mucho menor que la que hubieran tenido que abonar de manera oficial.
Me giré algo asqueada por la transacción clandestina para ver que el carro ya había sido equipado. Bayushi-San se reunió con nosotras en la parte delantera de la caravana y pronto recorrimos el camino que cruzaba el bosque. Era en esta parte del trayecto donde teníamos más posibilidades de se atacados, debido al dineral que llevábamos almacenado en el carromato. Lo cierto es que yo era joven y algo despistada, y en cuanto estuvimos andando un rato, me abstraje en mis propios pensamientos. Miraba de reojo a Bayushi-San, a mi derecha, intentando adivinar qué aspecto tendría bajo la máscara. De su cabeza sólo pendía la larga melena negra recogida en una coleta sencilla, del mismo estilo que la mía, pero más corta. No me di cuenta hasta que lo oí de que algo no andaba bien. Había apoyado su mano sobre la katana y sin mirarme siquiera murmuró “Estáte preparada”. No sabía lo que estaba pasando, pero Iuchi-San llevaba un pergamino de la mano y con la otra estaba preparando algún tipo de conjuro, pues relucía aun a la luz de la temprana tarde.
Empuñé mi katana y mi wakizashi, dispuesta a emplear la técnica de mi escuela a la menor oportunidad.
- Ve a la retaguardia – ordenó Bayushi-San en un susurro.
Obedecí y una vez hube ocupado el puesto destinado, se abalanzaron sobre nosotros. Mi primera impresión fue que unos simples ronin no podrían hacer nada contra mí. Desenvainé mis armas y afiancé los pies en el suelo. Otros dos Escorpiones estaban a mi lado, mientras que los cuatro restantes protegerían los laterales del carro. Mis compañeros parecían arreglárselas bastante bien contra los bandidos, pero hacia mí vino uno de tamaño considerable y protegido con una armadura pesada. Intenté atacar primero, pero fue más rápido que yo y cuando adiviné lo que trataba de hacer, adopté la posición de defensa. Mientras los demás asaltantes se cebaban con los Escorpión, yo me mantuve ocupada con el que parecía más fuerte. Encajé un golpe que me dejó aturdida durante unos instantes. Había atravesado mi armadura y la sangre comenzaba a gotear al suelo. No perdí los estribos, no todavía, sino que me armé de valor y conseguí impactarle, pero mi fuerza había quedado debilitada por la estocada y a pesar de la buena trayectoria, no causé una herida lo suficientemente importante. Su siguiente ataque me dejó prácticamente fuera de combate, pero mientras caía al suelo, impotente, vi cómo Bayushi-San venía en mi ayuda. Traía la katana ensangrentada, y bajo las ruedas del carro vi los cadáveres de aquéllos a quienes él e Iuchi-San habían matado. Pero la poca sangre que me quedaba en las venas se me heló cuando, tras haber herido varias veces a su adversario, éste conseguía atravesar la armadura de Bayushi-San mientras un gran chorro de sangre mancillaba el mismo suelo sobre el que yo yacía. Cayó con los ojos cerrados, desmayado, sujetando con las puntas de los dedos el último hilo de la madeja de la vida que se le escapaba rodando cuesta abajo. Apenas pude contener las lágrimas mientras los dos Escorpiones sobrevivientes nos colocaban como podían en el carro para transportarnos a la ciudad.
El traqueteo resultó casi insoportable, pero Iuchi-San fue un ejemplo de serenidad para todos, a pesar de estar gravemente herida. No tardamos en llegar, pero a mí me pareció una eternidad. Nos llevaron a la casa de la Magistratura Esmeralda, donde nos recibió el propio Bayushi Aramoro. Hizo llamar a un shugenja, que acudió de inmediato, y nos curó uno por uno. Iuchi-San y yo estábamos apenas restablecidas, pero Bayushi-San debía permanecer en cama. Nos miramos como si no hubiéramos pensado en volver a vernos vivas y suspiramos. Pero cuando nos disponíamos a reposar de nuestras heridas, el Magistrado Esmeralda nos hizo llamar con carácter inminente.
- Debéis regresar ahora mismo – dijo nada más entramos en el salón.
- ¿Ahora mismo?- repetí incrédula. Todavía llevaba vendas ensangrentadas alrededor de mi torso.
- Tenéis que terminar lo empezado sin darles tiempo a recuperarse – explicó él -. Volveréis los cuatro. Sugai deberá permanecer en cama.
No podíamos creerlo. Íbamos de camino a una muerte segura, pues en el estado en que nos encontrábamos, nuestras cualidades estaban muy menguadas. En ese momento me hubiera gustado poder llevar una máscara como los dos Escorpiones que nos acompañarían de vuelta al lugar de la escaramuza para poder disimular la ira que invadía cada poro de mi piel.
Tardamos relativamente poco en llegar, pero el suelo estaba completamente limpio de cadáveres. Los Escorpiones nos hicieron seguirlos entre el follaje en pos de unas voces que parecían provenir de un claro cercano. Nos ocultamos lo mejor posible entre las ramas, caminando con el mayor sigilo, hasta que tuvimos una visión más o menos clara de lo que ahí nos aguardaba. No era un ser que yo hubiera visto en mi vida, pero aquello no era humano. Los samuráis que nos acompañaban nos hicieron un gesto para permanecer calladas, pero cuando vieron también ellos lo que había allí, nos señalaron que huyéramos lo más rápido posible. Quiso la suerte que bajo el pie de Iuchi-San una hoja crujiera de manera más que audible. Uno de los Escorpiones nos miró, suspiró y desenvainando, entró en el claro.
- Monstruo infernal, vengo a traerte la muerte – oímos decir. Fue lo único que oímos.
- Mi compañero ha honrado a sus ancestros – sentenció su hermano saliendo de entre el follaje.
Regresamos a toda prisa a la ciudad, donde informamos de lo sucecido.
- No podemos hacer nada por el momento – replicó Bayushi Aramoro tras oír nuestro relato -. Por el momento.

Memorias de Mirumoto Hiromi - El Campeonato Topacio

El Campeonato Topacio, murmuré, el torneo más importante del reino de Rokugan para la consecución del gempukku que se celebraría en apenas una semana. La ciudad elegida era Tsuma, en territorio Grulla, a orillas del mar.
Aquella misma mañana mi sensei me había informado al término de mi clase de sumai de que había sido elegida para representar a mi clan junto a otro joven algo menos preparado que acudiría de reserva, Mirumoto Uriko. Habíamos coincidido en varios enfrentamientos, pero en ningún momento le creí menos diestro que yo. Asistir al torneo era todo un honor, pues desde que tenía cinco años, había estado entrenándome para el día en que mi familia decidiera que estaba preparada para alcanzar la mayoría de edad como samurái y ser considerada un verdadero adulto. Hacía poco tiempo que había cumplido los catorce años, y desde esa fecha había estado esperando impaciente que me comunicaran la decisión de mi señor sobre esta cuestión. Después de asearme y cambiarme de ropa, solicité audiencia con mi Daimyo para que me otorgara el documento necesario que me permitiría circular por los caminos imperiales, más seguros y rápidos, de manera legal.
No tenía tiempo que perder, pues las tierras Dragón estaban a una distancia considerable de Tsuma y el campeonato tendría lugar en seis días. Elaboré cuidadosamente un pergamino en el que exponía mi solicitud y poco antes de la hora del almuerzo, se lo entregué al hombre de confianza del noble. El Karo, en lugar de despedirme, me pidió que esperara unos instantes ya que nuestro señor deseaba verme. El corazón se me aceleró, pues un mero desliz en su presencia podía suponer la vergüenza para mi familia y otras consecuencias más serias para mí misma. Cuando el cortesano me hizo pasar al salón, respiré profundamente y guardé la compostura. Al fondo de la estancia, en un sitial algo elevado con respecto del suelo, y a cuyos laterales revoloteaban varios hombres con distintos empeños, estaba sentado Togashi Jinei, el patriarca del clan Dragón. Se rumoreaba que era el descendiente vivo más cercano de Hantei y que podía llegar a convertirse en dragón. Por supuesto, el dar crédito a esas habladurías era una decisión propia. Caminé con paso firme hasta estar a una distancia adecuada y me arrodillé inclinándome ante mi señor.
- Incorpórate, Hiromi-San – dijo tras un instante. Su voz era profunda y en verdad tenía el porte de un dragón -. Has sido la elegida para representar a tu clan en Tsuma. Obvia decir que no debes decepcionar a tu familia.
- Mi señor, mantendré mi palabra e intentaré dejar al Dragón en un lugar digno – contesté incorporándome pero manteniendo la posición de rodillas.
- Te he hecho llamar para hacerte entrega de los documentos que te permitan transitar los caminos imperiales. Pero también para decirte que no harás este viaje sola – escuché atentamente -. He designado una delegación que me acompañará y escoltará para presenciar el torneo.
- Vuestra asistencia será todo un honor y un estímulo para esforzarme al máximo, Dragón-Sama – me incliné profúndamente y esperé.
- Esta misma tarde partiremos tras el almuerzo. Prepara tu equipaje – dijo el Daimyo a modo de despedida.
Me levanté y salí tras hacer una reverencia. ¿Equipaje? No estaba muy segura de lo que iba a necesitar. Llevaría mis armas, por supuesto, y algo de ropa y comida. Pero fuera de eso no sabía qué más podría hacerme falta. De camino a mi casa vi a Uriko. Tenía el petate hecho y lo estaba cargando a lomos de su poney. Inclinó levemente la cabeza al verme pasar pero no cruzamos palabra. La casa en la que residía era la que compartía con varios estudiantes más desde que se había iniciado nuestro entrenamiento. Pero ninguno de ellos había trabado conmigo una relación que verdaderamente pudiera llamarse amistad. Lo cierto es que yo tampoco había hecho nada por acercarme a ellos en esos nueve años, pues muchos de los que allí estaban no eran merecedores de mi simpatía ni de mi consideración. Mis capacidades eran muy superiores a los demás alumnos, y ellos lo sabían. Por eso yo iba a Tsuma y ellos se quedarían en la ciudad, esperando una oportunidad de segunda. No pude evitar esbozar una sonrisa sarcástica cuando terminé de empacar mis pertenencias ante sus miradas envidiosas. Me eché al hombro el hatillo y fui hacia las cuadras. Uno de los campesinos que procuraban cuidados a los animales se inclinó ante mí, temeroso de mi espada, y trajo en pocos instantes a mi poney. Era un caballito pardo, con una mancha blanca en el lomo y ojillos avispados. Me lo regalaron cuando partí por primera vez de la ciudad para entrenar en el campo. Le llamaba Ichigo, por la mancha en forma de fresa de su pelaje. Cargué sobre su espalda mi equipaje y le di una zanahoria mientras le acariciaba la frente. Le puse el bocado y tiré de las riendas, camino de las puertas del castillo.
Frente al portón se agolpaban los curiosos esperando ver la comitiva del Daimyo Dragón, y pronto sus deseos se cumplieron. Las hojas de madera se abrieron y dejaron paso a varios cortesanos en literas, otros andando, y en el medio de todos, Togashi Jinei junto a su esposa, la Dama Masako. Ambos llevaban bordado sobre el kimono el emblema del clan, un dragón de color dorado. Una vez hubo pasado la gente importante, la muchedumbre se disolvió. Tras el cortejo iban los guerreros encargados de la seguridad de la familia y los demás sirvientes. Me uní al grupo de la retaguardia en silencio y en poco tiempo estuvimos encauzados en el camino imperial.
No había caído la noche cuando nuestra vanguardia dio alcance a un grupo igualmente numeroso de jinetes. Reconocí su insignia nada más verlos. Eran Unicornios, pues sus caballos eran de mayor tamaño que los nuestros y varios iban montados. El encuentro debía estar concertado, pues ordenaron que nos detuvieramos para acampar al borde del camino. Los Daimyos de ambos clanes se reunieron para cenar en la tienda de mi señor junto con los cortesanos de cada familia. Yo era reacia a hacer amistad con otros clanes, pero entendía que las relaciones cordiales eran necesarias de mantener.
Levantaron una carpa para los jóvenes donde cenar y poder dormir al resguardo de la brisa nocturna. A pesar de estar en una tardía primavera, se agradecía poder cenar algo caliente. Me disgustó tener que compartir mi cena con los aspirantes al título del clan Unicornio, pero haber rechazado esta reunión habría supuesto un agravio difícil de olvidar, por lo que traté de aislarme de lo que me rodeaba y concentrarme en las pruebas que me esperaban en Tsuma. Lo habría conseguido si no hubiera notado una mirada inquisitiva clavada en mi mejilla. Miré a mi izquierda y me encontré con una de ellos. No llevaba katana, pero sí colgaba de su hombro una pequeña bolsa de cuero con varios pergaminos enrollados. Me sonrió como si me conociera de toda la vida y me ofreció un trozo de pollo.
- Me llamo Iuchi Misoko – dijo inclinándose frente a mí -. Al parecer, vosotros también vais al Campeonato Topacio.
- Así es – contesté reacia -. Yo soy Mirumoto Hiromi. Veo que eres shugenja – añadí tras una pausa en la que me dio tiempo a aceptar la carne que me ofrecía.
- En efecto.
- Es una lástima, en las pruebas físicas estarás en clara desventaja – observé entornando la mirada.
- No creo – repuso ella sonriendo -. Llevo mucho tiempo entrenando y el haberme dedicado a un campo no me ha impedido atender otras disciplinas. Seguro que tú también serás una diestra conocedora de la heráldica y las leyes.
Reconozco que su respuesta incisiva pero modesta me agradó. No había mucha gente que tuviera tan buen talante como para soportar que se cuestionara el camino que había tomado en su vida. Probablemente ahora mediría mis palabras, pero entonces era una muchacha inexperta y algo osada. Pasamos la cena charlando y compartiendo anécdotas de nuestra crianza, y cuando llegó la hora de retirarse, acordamos encontrarnos a la mañana siguiente para compartir también el camino.
El trayecto fue rápido y se hicieron las paradas justas para no perder tiempo y llegar puntuales a Tsuma. Durante los días que duró nuestro viaje mantuvimos las distancias y la educación, pero debo confesar que fue una de las primeras personas a las que consideré que podría llamar “amiga” con el transcurso de los años.
Poco antes de llegar a las puertas de la ciudad, vimos un campesino que se abría paso trabajosamente con un fardo a la espalda. Era mayor, y el peso que soportaba parecía superar al que estaría capacitado a portar. A pocos metros de nosotras, tropezó repentinamente y rodó ladera abajo hasta un pequeño estanque. Miré a mi compañera sin saber muy bien qué hacer. Al ver que ninguna de las dos nos decidíamos, suspiré y bajé con cuidado para ayudar al anciano, seguida por la Unicornio.
- ¿Te encuentras bien?- pregunté tendiéndole la mano para que saliera del fango.
- Gracias, jovencita. Sí, ha sido una buena caída – contestó el anciano sonriendo.
Se levantó trabajosamente y cargó de nuevo con sus cosas hasta tierra firme. El hombre nos seguía de cerca y cuando llegamos a la cima de la pequeña colina depositó en el suelo sus pertenencias.
- Permitidme celebrar una ceremonia del té para dos jóvenes tan agradables y serviciales – dijo inclinándose profundamente -. Mi nombre es Megumi.
Miré de reojo a la shugenja y vi que parecía dispuesta a aceptar. Me encogí de hombros y cuando me incliné para aceptar la invitación, me di cuenta que si bien el bajo del pantalón de mi kimono estaba húmedo y manchado de barro, el del campesino estaba seco y su ropa azulada se hallaba inmaculada. Me disgustó ir sucia, pero decidí asearme cuando nos instaláramos en la ciudad. El hombre estiró una esterilla con un paisaje azul en el que resplandecía una grulla, pero cuando me acerqué para ver qué dibujo era, se arrodilló sobre ella ocultándolo.
- Joven-Sama – dijo dirigiéndose a Iuchi -, ¿podrías acercarme el juego de té?
Ella siguió las indicaciones hasta el cofre en el que supuestamente se encontraban las piezas, pero cuando lo abrió reparó en que llevaba un daisho. Yo no lo había visto, pues había bajado a llenar de agua la tetera, y cuando regresé y vi la cara de Iuchi- Sama comprendí que ocurría algo. Me hizo un gesto con la cabeza y descubrí a qué se refería.
- Perdona, pero me gustaría saber qué hace un campesino con armas – pregunté entornando los párpados.
- Es el daisho de mi señor – contestó clavando sus ojos claros en los míos. Parecía increíblemente sabio.
- ¿Y adónde lo llevas?- insistí.
El hombre guardó silencio y comenzó los preparativos para la ceremonia. Este ritual siempre ha tenido el don de calmar mis nervios y alejar de mi mente todos los pensamientos vanos. Cuando el líquido caliente descendió por mi garganta, me sentí totalmente preparada para afrontar mi destino, cualquiera que fuese éste.
En silencio, Iuchi-Sama y yo le dejamos recoger el juego y nos incorporamos dispuestas a reunirnos con nuestra caravana, algo alejada ya de nosotras.
- Esperad, jovencitas – pidió antes de que partiéramos -. No puedo dejaros ir sin recompensar tanta amabilidad. Toma – sacó de entre sus cosas un cofre y se lo entregó a la shugenja.
- No puedo aceptarlo.
- Es un regalo obligado.
- De verdad que es demasiado por tan poco – contestó ella inclinándose.
- Insisto.
- Domo – dijo Iuchi-Sama finalmente. Guardó el cofre en el equipaje que cargaba su caballo e inició la marcha.
- Esto es para ti – recogió del suelo el daisho y me ofreció la katana.
- No puedo aceptar la katana de tu amo – repliqué negando con la cabeza.
- Mi amo ha partido a un viaje del que no regresará – respondió bajando la mirada.
- Entonces tendrá a alguien que empuñará su espada con honor.
- Te ruego que tomes esta espada – pidió corvando su espalda, de por sí bastante inclinada.
- Domo arigato – cogí la katana con ambas manos y enseguida noté que su calidad era mayor que la de la que llevaba colgada de la cintura.
- Veo que os dirigís a Tsuma. Allí tengo una casa y no voy a usarla estos días. Podéis disponer de ella tú y tu amiga sin ningún compromiso.
- Domo.
Me dio las señas para encontrar el alojamiento, y tras darle las gracias, intenté dar alcance a Iuchi-Sama para informarle de la invitación. Sonrió y mantuvimos el silencio, abstraídas en nuestros propios pensamientos, hasta la ciudad.



Cuando llegamos a Tsuma, buscamos la casa siguiendo las instrucciones de Megumi. Era media tarde y el sol brillaba sobre las aguas del mar más bello de la tierra. No tardamos demasiado, y dimos con una acogedora casita de madera en el barrio artesano. Traté de acomodarme lo más confortablemente posible, y tras asearnos, cada una se dispersó por las calles sin más recado que el de estar en la plaza de la ciudad temprano para retirarnos a descansar.
Tsuma era más de lo que había esperado. Los Grulla sabían mantener sus ciudades limpias y hermosas, y ésta no era una excepción. Por todas partes se veían samuráis ataviados con ricas galas, mujeres de belleza inimaginable, posadas y casas de té de buen nombre… Contemplé extasiada todo aquello que en mi ciudad natal no se apreciaba. Los Dragones éramos uno de los clanes más austeros y sobrios de Rokugan, y los placeres terrenales no eran los que más atraían nuestra atención. Encaminé mis pasos en la misma dirección que parecían haber tomado todos los transeúntes y éstos me llevaron a una multitud que aguardaba el desembarco de una barcaza en cuya vela mayor ondeaba el emblema real. Me costó dada su pequeña estatura, pero di con la shugenja Unicornio, que intentaba ponerse de puntillas para ver algo.
- Unicornio-Sama – dije situándome a su lado -. ¿Sabes qué ocurre?
Me miró como si me estuviera burlando de ella. Incliné la cabeza y me giré para atisbar entre el gentío.
- El barco imperial está siendo amarrado en el puerto. Parece que… Oh, parece que el Emperador está descendiendo a tierra – murmuré nerviosa. No me esperaba que tan insigne espectador asistiera al torneo.
La figura imperial era realmente impresionante. Sus ropas eran las más ornamentadas que había visto en mi vida, acostumbrada como estaba a la seriedad de mis hermanos. Intenté distinguir algo más entre las cabezas. Un hombre de porte igualmente respetable se aproximó al Emperador y se inclinó ante él primero y después ante un joven de parecido innegable con el monarca. Este hombre era Doji Hoturi, el que más tarde conocería como el Campeón Esmeralda.
- Ése es Calamari – dijo un Cangrejo a Iuchi, señalando al muchacho -. El Emperador se resiste a abdicar en él pese a que ya va siendo hora de plantearse un cambio.
Le vi mirar a la mole que se erguía a su lado algo sorprendida. Mi mano se había posado en la empuñadura de mi katana sin haberme dado ni cuenta. Sentí en la palma encallecida de mi mano la madera y el metal de la guardia, frío y desgastado.
Pero mi atención, al igual que el del resto de los mortales allí reunidos se vio atrapada en la belleza de la dama que acompañaba a Doji. Llevaba una máscara, pero esto no disminuía la finura de sus rasgos marcados en la madera tallada.
- Es la Dama Kachiko – informó el Cangrejo dando con el codo a la shugenja.
Fui la única que oí el silbido de mi espada al ser parcialmente desenvainada. Iuchi-Sama se volvió hacia mí y se encogió de hombros. Me pidió que nos fuéramos y guardé la hoja con el fin de hacerle caso. Eché un último vistazo a la comitiva imperial y vi a alguien en quien antes no había reparado. Su armadura roja y negra relucía ricamente bajo el sol vespertino, y la máscara que ocultaba su rostro le tachaba de Escorpión. La sensación que noté en la boca del estómago fue la más extraña que había tenido en toda mi vida. Aquellos ojos oscuros y brillantes escudriñaban alrededor con la indiferencia propia de quien ha ganado antes de jugar. Traté de grabar su aspecto en mi mente y me dispuse a seguir a mi compañera.
Nos abrimos paso entre la algarabía y salimos a calles menos abarrotadas. Estaba turbada por la visión del joven Escorpión cuando en un callejón nos topamos con un mendigo. A pesar de sus ropas raidas y sucias, su rostro reflejaba un conocimiento superior al de un “eta” corriente.
- Una moneda para este pobre anciano – su voz cascada llenó la estrecha callejuela mientras unos ojos que desmentían su edad se posaban sobre nosotros.
- ¿Puedes contarnos algo de la ciudad?- inquirió Iuchi-Sama abriendo la bolsa donde llevaba el dinero.
- Claro que sí, preguntad y seréis contestadas – sonrió.
- ¿Qué ocurre en la ciudad?- pregunté interesada -. He distinguido al Daimyo del clan de la Comadreja entre el cortejo imperial. Hay rumores de guerra entre los León y los Grulla.
- Sabéis preguntar, niñas – contestó el mendigo -. No habéis oído mal. Los Leones no tienen suficiente con rugir. Están buscando apoyos fuera de sus fronteras, y la Comadreja es un clan menor que podría prestarles hombres y ayuda para enfrentarse a los Pájaros.
- ¿Y el joven Calamari?- intervino Iuchi-Sama.
- El Emperador no quiere abdicar en él porque todavía no lo considera preparado. Pero lo cierto es que no quiere abandonar un poder del que es tan celoso – aquel hombre era un pozo de sabiduría.
- Y… ¿el joven Escorpión que viaja con ellos?- pregunté tras una pausa.
- Es Bayushi Sugai – respondió mirándome -. Es sobrino de la Dama Kachiko. Tened cuidado con él. Imagino que vendréis al Campeonato Topacio. Él también participará, pero fue inscrito por su tía fuera de plazo. Le gusta jugar sucio, como a todos los de su clan. También deberéis tener precaución, pero de otro tipo, con Doji Kuwanan. Es el hijo del Campeón Esmeralda Doji Hoturi. Es el favorito para ganar el torneo y está muy preparado.
- Domo – dijo Iuchi-Sama cuando terminó de hablar. Le entregó tres bu que con los dos míos hicieron medio koku y nos fuimos.
El sol ya caía en la línea donde se unen cielo y océano indicando que era el momento de retirarse a descansar. Nos disgustaba no poder disfrutar del esplendor de Tsuma, pero la disciplina en la que habíamos sido educadas durante tanto tiempo nos hizo más suave este mal trago.
Conseguí dormir unas horas, pero en cuanto salió el sol, Iuchi-Sama y yo nos levantamos. Llegamos muy puntuales a la Escuela Kakita, donde tendría lugar el concurso. Las gradas estaban ya llenas con los asistentes, y en el palco de honor había tomado asiento el Emperador y Calamari. Divisé entre la muchedumbre al Daimyo de mi clan, rodeado de sus cortesanos, conversando animadamente. La primera prueba del torneo sería Sumai. La lucha.
Sortearon las parejas y a mí me tocó en tercer lugar. Cuando conocí quién sería mi adversario, los nervios hicieron presa en mí. Doji Kuwanan, el hijo del Campeón Esmeralda y favorito del Campeonato sería mi contrincante. Su familia estaba especializada en la actividad de guardaespaldas, por lo que en el cuerpo a cuerpo sería terrible. Salí a la arena intentando aparentar calma, mientras sentía cómo todos mis conocimientos de Iujutsu desaparecían de mi mente. Era incapaz de realizar una sola llave bajo la presión de los gritos de ánimo a Doji. Cuando el árbitro ordenó el comienzo, Doji se me adelantó y trató de derribarme. Conseguí mantener el equilibrio a duras penas, pero me fue empujando hacia el borde del tatami. Afiancé mis pies con firmeza en el suelo y logré empujarlo varios metros hacia atrás para recuperar el aliento. Me lancé cogiendo carrerilla para intentar tirarlo al suelo, pero aprovechó para darme una patada en la pierna que por poco me hace caer. Dolorida, encajé otra patada más y esquivé un primer puñetazo. Desgraciadamente, el segundo me pilló por sorpresa, y combinado con un placaje, me hizo caer de espaldas.
La humillación que sentí por no haber sabido dominar mis nervios seguida por la provocada por los aullidos de celebración del público exaltaron mi cólera, sentimiento poco frecuente en mí por encontrarlo vacuo y sin sentido. Me levanté y salí de la arena magullada. Los participantes serían curados al final de la jornada, por lo que me lavé la nariz ensangrentada y el labio partido por el puñetazo de Doji. Regresé al recinto y mi mirada fue a parar al palco de mi Daimyo, que me miró de reojo, haciéndome sentir todavía más inútil. En ese momento anunciaron la pelea de Bayushi Sugai. Su oponente era el representante del clan Fénix, un shugenja de fuego. Antes de empezar, vino a mi encuentro Iuchi-Sama, que había ganado su combate y sonreía satisfecha. Al verme, me saludó con una inclinación de cabeza y se giró hacia la pelea actual. Nada más empezar, el Fénix se tiró hacia Bayushi y éste le puso la zancadilla, haciéndole morder el polvo en apenas dos segundos. Bajo la máscara no podríamos adivinar ni uno solo de sus sentimientos, y aunque a cualquiera le embargara la alegría por haber ganado el enfrentamiento y obtenido así un punto de los cinco necesarios para lograr el Gempukku, lo cierto es que el Escorpión se retiró tan silenciosamente como había venido.
Las dos pruebas siguientes, correspondientes a las Leyes y la Heráldica respectivamente, me emparejaron con sendos aspirantes al título a quienes superé sin mucho esfuerzo. Los años de estudio ininterrumpido me habían enseñado algo más que a matar. La última prueba del día era la que evaluaba nuestras capacidades en el Atletismo. La suerte me emparejó esta vez con Toku, un ronin que se había presentado al concurso con la esperanza de impresionar a algún clan. Tras la señal de salida, me sacó algo de ventaja, pero resbaló en el obstáculo del tronco y cayó al barro que aguardaba bajo el árbol. Yo logré pasar y eché a correr velozmente, pero el ronin me dio alcance. Antes de llegar al último obstáculo de la carrera, se frenó en seco y dio la vuelta, pues había perdido una sandalia. Aflojé mi ritmo hasta que vi que la encontraba y reanudaba la marcha, pero yo le había sacado mucha ventaja y llegué a la meta la primera. Ya tenía acumulados tres puntos, uno menos que Iuchi-Sama, cuya competición había sido excelente.
Concluídas las pruebas por el día presente, se nos indicó que nos curarían y deberíamos asearnos para asistir a un banquete nocturno. La cena tendría lugar en la escuela Kakita, la más afamada del reino de Rokugan, y a ella asistían el Emperador y su séquito.
En la mesa de honor tuvieron cabida el Campeón Esmeralda y la Dama Kachiko, Doji Hoturi y el joven Escorpión Bayushi. Nosotras fuimos acomodadas en un discreto segundo plano con los demás participantes del torneo. Preferí mantenerme en silencio durante la opípara cena para concentrarme en las pruebas del día siguiente. Estaba tan perdida en mi mente que sólo reaccioné cuando la bella Dama Otaku, también competidora, nos invitó a Iuchi-Sama y a mí a dar un paseo de camino a nuestra casa tras la cena.
Aceptamos encantadas, pues todos se estaban retirando ya para madrugar al día siguiente. Recorrí con la mirada la sala donde habíamos cenado pero ya no vi al Escorpión.
La ciudad de noche era todavía más hermosa que a la luz del sol. Pequeños candiles de papel iluminaban las calles de camino a nuestro hogar provisional. La Dama Otaku era una gran conversadora y nos contó cómo estaban las cosas en su tierra, vecina a la de Iuchi-Sama. Pero no todo iba a ser un idílico paseo bajo la luna. Tras haber recorrido parte del trayecto, la luz reflejó en el suelo algo que no eran adoquines mojados. La sangre formaba pequeños riachuelos entre las baldosas de piedra, manando de más cadáveres de los que a primera vista podían contarse. Miré a mi alrededor, temerosa de que esto fuera una emboscada, pero si lo había sido, no era para nosotras. Todo parecía calmado tras la tormenta, y cuando nos disponíamos a salir a dar aviso del ataque, reparamos en una figura erguida sobre el puente a la vez que ella nos observaba por primera vez. Se aproximó con paso firme hasta nosotras y cuando vi la máscara supe quién era.
- ¿Qué hacéis aquí?- preguntó Bayushi Sugai visiblemente molesto. Llevaba todavía la espada desenvainada y de ella goteaba sangre sobre el empedrado.
- Hemos venido paseando de camino a casa – contesté con voz templada. Bayushi me miró un instante y vi un relámpago burlón cruzar su mirada.
- Sería mejor pregunta qué haces tú aquí – intervino Otaku-Sama dando un paso al frente.
- No voy a contestar a eso. Acudamos al Campeón Esmeralda y allí daré mis explicaciones – respondió echando a andar hacia la casa del Magistrado.
Nosotras lo seguimos digiriendo lo que había ocurrido. Estaba claro que él había sido el responsable de aquella matanza, pero me gustaría ver qué explicación daría a Doji Hoturi cuando se enterara de que uno de los asesinados era el Daimyo Comadreja.
Entramos en la casa Doji y tras presentar nuestros respetos al Campeón y a la Dama Kachiko, Bayushi Sugai comenzó su relato.
- Señor, me hallaba yo de camino a mi retiro para prepararme para el encuentro de mañana cuando vi brillo de espadas enzarzadas en combate. Me apresuré a prestar auxilio a los asaltados y más cuando descubrí que se trataba del noble del clan de la Comadreja. Pero ya era tarde, y lo único que pude hacer fue dar muerte a los asesinos que huían por el puente – explicó sin que un solo trémolo alterara su voz.
- En ese caso, Bayushi-San, quedas liberado de culpa alguna y se te reconocerán honores por vengar la muerte de un noble. Lástima que los asesinos también murieran – dictó Doji Hoturi.
- Pero él es el asesino – exclamó Otaku-Sama al oír la sentencia del juez.
Tras pronunciar esas palabras en medio del silencio más sepulcral imaginable, todos supimos que la suerte de Shiko estaba echada. Bayushi la retó en duelo por haber mancillado su honor y el de su dama, y tras la autorización de Doji-Sama, fueron a la escuela Kakita a pelear.
Los asistentes al duelo eran múltiples, pero se habría oído hasta el suspiro de una hormiga en la sala, tal era la disciplina con la que contemplaban el combate. Yo sabía de antemano la suerte que iba a correr la joven por haber dado rienda suelta a su lengua, y ésta se confirmó cuando con un movimiento increíblemente rápido y preciso, Bayushi segó su vida de un solo golpe. En lugar de apartar la mirada del cuerpo inerte de la joven Unicornio, mantuve los ojos fijos en ella, sopesando el valor que tenía el saber estar en esta vida que estábamos a punto de iniciar. El Escorpión limpió la sangre de la katana haciéndole saltar con un golpe seco en el aire, y antes de desaparecer posó su atención sobre nosotras. Volveríamos a vernos.
Esa noche no hubo más incidentes, pues los participantes estábamos exhaustos tras la dura jornada de pruebas y había que recuperarse pronto.
A la mañana siguiente me levanté temprano. Me había costado asimilar los hechos de la noche anterior y las consecuencias de éstos. El asesinato del Daimyo Comadreja eliminaba toda posibilidad de alianza entre su clan y el del León. Sin duda había más intereses ahí mezclados de los que ninguna de las familias estaría dispuesta a reconocer. Pero debía mantener mi mente alejada de ese tipo de distracciones y estar concentrada en los días que decidirían el resto de mi vida.
La primera actividad a la que debíamos vernos sometidos fue la de Arma. Para estos combates se emplearía cualquier tipo de arma de entrenamiento, esto es, sin filo para evitar daños mayores. El duelo sería a primera sangre, y cuando sacaron las bolas de emparejamientos, mi pulso se disparó al oír tras mi nombre el de Bayushi Sugai. Ambos subimos al tatami, armados con espadas. Parecía satisfecho con el resultado del sorteo, y cuando estuvo frente a mí ladeó la cabeza.
- Va a ser una victoria demasiado fácil – murmuró burlón.
Mantuve mi mente fría y alejada de las fanfarronerías del Escorpión. Cuando el árbitro dio la señal, él se deslizó más rápido de lo que habría imaginado hasta mí dispuesto a asestar un único golpe brutal. Pero mi tranquilidad fue más fructífera que su ira, y tras detener, no sin esfuerzo, su estocada, lancé un golpe a su cuello que hizo saltar un leve hilo de sangre. Al notar cómo se deslizaba el líquido por su hombro, se llevó la mano al corte y observó la mancha en la palma. A pesar de la máscara pude adivinar la indignación que sentiría al verse derrotado por mí. Envainé la katana y dándole la espalda, murmuré: Cierto, una victoria demasiado fácil.



Perdí las dos siguientes pruebas de Go y Equitación ante el representante León, un Matsu, pero conseguí mi gempukku en la prueba de Corte y afiancé mi puesto ganando el favor y el punto de la Dama Kachiko en el duelo de Poesía frente a Toku.
La segunda jornada terminó y los que ya habíamos conseguido el gempukku nos permitimos dar un paseo por la ciudad, más relajados tras haber agradado a nuestras familias.
A la mañana siguiente, el mismo Campeón Esmeralda, Doji Hoturi, nos explicó en qué consistía la última prueba.
- Los peces Tsu – comenzó con voz tonante – son típicos de nuestra tierra. Pesan unos veinticinco kilos y tienen una organización jerarquizada. En primavera, estos peces desarrollan patas en lugar de aletas y salen a tierra para poner sus huevos en los árboles. Estos huevos se consideran una delicia. Vuestra misión será recoger tres huevos de pez Tsu y traerlos para la cena de esta noche. Será la última prueba.
Eché un vistazo a los demás participantes. Algunos no conseguirían ya el Gempukku y se les notaba serios y compungidos. El Grulla Doji parecía muy seguro de sí mismo, y fue el primero en partir cuando dieron la señal de salida. Iuchi-Sama y yo decidimos ir juntas, pues yo me movía con más agilidad en el campo mientras que su intuición era superior a la mía. No tardamos en encontrar un árbol con huevos, pues varios peces Tsu estaban dormidos en sus ramas y al pie del tronco. Me llevé el dedo a los labios para indicar silencio y con todo el sigilo que me fue posible, me acerqué a la corteza esquivando a los peces. Eché hacia atrás la vaina de mi espada y trepé como pude por el árbol, ya sin preocuparme del ruido que pudiera hacer, pues me veía incapaz de no despertar a los animales. Alcancé una rama en la que había un suculento nido repleto, y cogí tres huevos. Pero con tan mala suerte que al ir a apoyar el pie en una rama para descender, pisé a uno de los peces, que saltó y me mordió el brazo sin piedad. Me mordí los labios para evitar el aullido de dolor y me dejé caer como un gato. Miré a Iuchi-Sama, que no parecía muy dispuesta a acercarse a los violentos animales y le hice un gesto con la cabeza para que lo intentara. Consiguió llegar hasta mí sin despertar a los patrulleros, pero cuando intentó subir se dio cuenta de que ese tipo de esfuerzo físico no era para ella. Se encogió de hombros con una sonrisa y echamos a correr sin pisar ninguna rama.
Nos las prometíamos felices ya cuando vimos algo entre el follaje. De entre la espesura saltaron de repente varios ronin, samuráis sin clan, bandidos.
- Rendíos o morid – exclamó el que parecía el cabecilla.
Tuve una visión fugaz de lo que podría ser plantarles cara: todos nosotros muertos en cuestión de segundos. Había varios de mis compañeros en las proximidades, pero ellos eran más. Los observé atentamente y luego miré a Iuchi-Sama, que hizo una mueca aconsejando la segunda opción. A regañadientes, dejé mis huevos en el suelo, al igual los demás participantes. Los ladrones los cogieron y huyeron por donde habían venido. Sólo Doji Kuwanan parecía haber llegado a la meta victorioso.
Una vez en la ciudad, y tras el reconocimiento a los que habíamos conseguido el Gempukku, me acerqué a Iuchi-Sama con cara de fastidio.
- Podría haber conseguido otro punto en el Campeonato. ¿Por qué nos rendimos?- pregunté hastiada.
- Uno de los ronin era un shugenja. Podrían habernos matado sin ni siquiera tocarnos.
Esbozó una sonrisa extraña y desapareció entre la gente. Nunca he comprendido a los hechiceros, y a esta pequeña Unicornio menos que a ninguno.
Tomamos un tentempié y entre los ocho que habíamos conseguido superar al menos cinco pruebas, sortearon las parejas para el torneo de Iaijutsu. Era tradición que entre los nuevos samuráis se celebraran duelos de Iaijutsu o desenvainado rápido para elegir un campeón. En primer lugar le tocó a Iuchi Misoko… con Bayushi Sugai. Cuando él oyó la tómbola sus ojos brillaron. Subió al tatami con aires de superioridad mientras que mi amiga se preguntaba cómo saldría de aquella.
El Iaijutsu del Escorpión era asombroso, y desenvainó en primer lugar. Pero en lugar de destruír la guardia de la Unicornio, ésta aguantó increíblemente varias estocadas seguidas. A cada golpe fallido de Bayushi, el público bramaba emocionado. Normalmente estos duelos se resolvían en cuestión de segundos, y aquella shugenja estaba plantando cara a uno de los samuráis más terribles de esta nueva generación. Cada vez sus ataques eran más y más desesperados, lo que hizo confiarse a Iuchi-Sama. Lamentablemente, el optar por atacar a un Escorpión se resuelve con una picadura, y así fue. A pesar de la derrota, fue felicitada por un número ingente de asistentes al duelo, muchos más de los que se acercaron a dar su enhorabuena a Bayushi.
A mí me tocó en último lugar contra el representante del clan Cangrejo. Era una mole de carne embutida en una armadura que dificultaba sus movimientos, pero eso no quitaba que la fuerza con la que embestiría fuera considerable. Adopté la posición de desenfundado rápido y cuando sonó la señal, me precipité contra Ida. De un solo golpe derroté su guardia y fui proclamada vencedora.
La siguiente ronda de emparejamientos me llevó a combatir contra Mirumoto Uriko, el otro joven de mis mismos clan y familia inscrito en el torneo. Por desgracia, me confié tras la primera victoria y él fue más rápido que yo. Todavía tengo una pequeña cicatriz bajo el ojo izquierdo, recuerdo de esta derrota amarga. Tampoco Bayushi logró derrotar a Doji, por lo que la final enfrentó a mi hermano con éste. Como todo el mundo predijo desde el principio, el Grulla resultó el campeón del torneo y consecuentemente, del Campeonato Topacio.
La ceremonia de entrega de los Daishos fue todo lo que habíamos esperado durante los largos años de entrenamiento, y la conmemoración del ganador a manos del Campeón Esmeralda, su propio padre, fue un acto que todos recordaríamos el resto de nuestra vida.
Tras la ceremonia, Iuchi-Sama y yo nos reunimos sonrientes.
- ¿Qué crees que haremos ahora?- pregunté tratando de imaginar qué se sentiría siendo reconocida como una gran samurái, conseguidora de grandes logros.
- No lo sé. Imagino que se nos destinará a algún tipo de misión – contestó ella encogiéndose de hombros.
- ¿Volveremos a vernos?