Doji Kaoru Blog

martes, septiembre 27, 2005

Memorias de Mirumoto Hiromi - El Campeonato Topacio

El Campeonato Topacio, murmuré, el torneo más importante del reino de Rokugan para la consecución del gempukku que se celebraría en apenas una semana. La ciudad elegida era Tsuma, en territorio Grulla, a orillas del mar.
Aquella misma mañana mi sensei me había informado al término de mi clase de sumai de que había sido elegida para representar a mi clan junto a otro joven algo menos preparado que acudiría de reserva, Mirumoto Uriko. Habíamos coincidido en varios enfrentamientos, pero en ningún momento le creí menos diestro que yo. Asistir al torneo era todo un honor, pues desde que tenía cinco años, había estado entrenándome para el día en que mi familia decidiera que estaba preparada para alcanzar la mayoría de edad como samurái y ser considerada un verdadero adulto. Hacía poco tiempo que había cumplido los catorce años, y desde esa fecha había estado esperando impaciente que me comunicaran la decisión de mi señor sobre esta cuestión. Después de asearme y cambiarme de ropa, solicité audiencia con mi Daimyo para que me otorgara el documento necesario que me permitiría circular por los caminos imperiales, más seguros y rápidos, de manera legal.
No tenía tiempo que perder, pues las tierras Dragón estaban a una distancia considerable de Tsuma y el campeonato tendría lugar en seis días. Elaboré cuidadosamente un pergamino en el que exponía mi solicitud y poco antes de la hora del almuerzo, se lo entregué al hombre de confianza del noble. El Karo, en lugar de despedirme, me pidió que esperara unos instantes ya que nuestro señor deseaba verme. El corazón se me aceleró, pues un mero desliz en su presencia podía suponer la vergüenza para mi familia y otras consecuencias más serias para mí misma. Cuando el cortesano me hizo pasar al salón, respiré profundamente y guardé la compostura. Al fondo de la estancia, en un sitial algo elevado con respecto del suelo, y a cuyos laterales revoloteaban varios hombres con distintos empeños, estaba sentado Togashi Jinei, el patriarca del clan Dragón. Se rumoreaba que era el descendiente vivo más cercano de Hantei y que podía llegar a convertirse en dragón. Por supuesto, el dar crédito a esas habladurías era una decisión propia. Caminé con paso firme hasta estar a una distancia adecuada y me arrodillé inclinándome ante mi señor.
- Incorpórate, Hiromi-San – dijo tras un instante. Su voz era profunda y en verdad tenía el porte de un dragón -. Has sido la elegida para representar a tu clan en Tsuma. Obvia decir que no debes decepcionar a tu familia.
- Mi señor, mantendré mi palabra e intentaré dejar al Dragón en un lugar digno – contesté incorporándome pero manteniendo la posición de rodillas.
- Te he hecho llamar para hacerte entrega de los documentos que te permitan transitar los caminos imperiales. Pero también para decirte que no harás este viaje sola – escuché atentamente -. He designado una delegación que me acompañará y escoltará para presenciar el torneo.
- Vuestra asistencia será todo un honor y un estímulo para esforzarme al máximo, Dragón-Sama – me incliné profúndamente y esperé.
- Esta misma tarde partiremos tras el almuerzo. Prepara tu equipaje – dijo el Daimyo a modo de despedida.
Me levanté y salí tras hacer una reverencia. ¿Equipaje? No estaba muy segura de lo que iba a necesitar. Llevaría mis armas, por supuesto, y algo de ropa y comida. Pero fuera de eso no sabía qué más podría hacerme falta. De camino a mi casa vi a Uriko. Tenía el petate hecho y lo estaba cargando a lomos de su poney. Inclinó levemente la cabeza al verme pasar pero no cruzamos palabra. La casa en la que residía era la que compartía con varios estudiantes más desde que se había iniciado nuestro entrenamiento. Pero ninguno de ellos había trabado conmigo una relación que verdaderamente pudiera llamarse amistad. Lo cierto es que yo tampoco había hecho nada por acercarme a ellos en esos nueve años, pues muchos de los que allí estaban no eran merecedores de mi simpatía ni de mi consideración. Mis capacidades eran muy superiores a los demás alumnos, y ellos lo sabían. Por eso yo iba a Tsuma y ellos se quedarían en la ciudad, esperando una oportunidad de segunda. No pude evitar esbozar una sonrisa sarcástica cuando terminé de empacar mis pertenencias ante sus miradas envidiosas. Me eché al hombro el hatillo y fui hacia las cuadras. Uno de los campesinos que procuraban cuidados a los animales se inclinó ante mí, temeroso de mi espada, y trajo en pocos instantes a mi poney. Era un caballito pardo, con una mancha blanca en el lomo y ojillos avispados. Me lo regalaron cuando partí por primera vez de la ciudad para entrenar en el campo. Le llamaba Ichigo, por la mancha en forma de fresa de su pelaje. Cargué sobre su espalda mi equipaje y le di una zanahoria mientras le acariciaba la frente. Le puse el bocado y tiré de las riendas, camino de las puertas del castillo.
Frente al portón se agolpaban los curiosos esperando ver la comitiva del Daimyo Dragón, y pronto sus deseos se cumplieron. Las hojas de madera se abrieron y dejaron paso a varios cortesanos en literas, otros andando, y en el medio de todos, Togashi Jinei junto a su esposa, la Dama Masako. Ambos llevaban bordado sobre el kimono el emblema del clan, un dragón de color dorado. Una vez hubo pasado la gente importante, la muchedumbre se disolvió. Tras el cortejo iban los guerreros encargados de la seguridad de la familia y los demás sirvientes. Me uní al grupo de la retaguardia en silencio y en poco tiempo estuvimos encauzados en el camino imperial.
No había caído la noche cuando nuestra vanguardia dio alcance a un grupo igualmente numeroso de jinetes. Reconocí su insignia nada más verlos. Eran Unicornios, pues sus caballos eran de mayor tamaño que los nuestros y varios iban montados. El encuentro debía estar concertado, pues ordenaron que nos detuvieramos para acampar al borde del camino. Los Daimyos de ambos clanes se reunieron para cenar en la tienda de mi señor junto con los cortesanos de cada familia. Yo era reacia a hacer amistad con otros clanes, pero entendía que las relaciones cordiales eran necesarias de mantener.
Levantaron una carpa para los jóvenes donde cenar y poder dormir al resguardo de la brisa nocturna. A pesar de estar en una tardía primavera, se agradecía poder cenar algo caliente. Me disgustó tener que compartir mi cena con los aspirantes al título del clan Unicornio, pero haber rechazado esta reunión habría supuesto un agravio difícil de olvidar, por lo que traté de aislarme de lo que me rodeaba y concentrarme en las pruebas que me esperaban en Tsuma. Lo habría conseguido si no hubiera notado una mirada inquisitiva clavada en mi mejilla. Miré a mi izquierda y me encontré con una de ellos. No llevaba katana, pero sí colgaba de su hombro una pequeña bolsa de cuero con varios pergaminos enrollados. Me sonrió como si me conociera de toda la vida y me ofreció un trozo de pollo.
- Me llamo Iuchi Misoko – dijo inclinándose frente a mí -. Al parecer, vosotros también vais al Campeonato Topacio.
- Así es – contesté reacia -. Yo soy Mirumoto Hiromi. Veo que eres shugenja – añadí tras una pausa en la que me dio tiempo a aceptar la carne que me ofrecía.
- En efecto.
- Es una lástima, en las pruebas físicas estarás en clara desventaja – observé entornando la mirada.
- No creo – repuso ella sonriendo -. Llevo mucho tiempo entrenando y el haberme dedicado a un campo no me ha impedido atender otras disciplinas. Seguro que tú también serás una diestra conocedora de la heráldica y las leyes.
Reconozco que su respuesta incisiva pero modesta me agradó. No había mucha gente que tuviera tan buen talante como para soportar que se cuestionara el camino que había tomado en su vida. Probablemente ahora mediría mis palabras, pero entonces era una muchacha inexperta y algo osada. Pasamos la cena charlando y compartiendo anécdotas de nuestra crianza, y cuando llegó la hora de retirarse, acordamos encontrarnos a la mañana siguiente para compartir también el camino.
El trayecto fue rápido y se hicieron las paradas justas para no perder tiempo y llegar puntuales a Tsuma. Durante los días que duró nuestro viaje mantuvimos las distancias y la educación, pero debo confesar que fue una de las primeras personas a las que consideré que podría llamar “amiga” con el transcurso de los años.
Poco antes de llegar a las puertas de la ciudad, vimos un campesino que se abría paso trabajosamente con un fardo a la espalda. Era mayor, y el peso que soportaba parecía superar al que estaría capacitado a portar. A pocos metros de nosotras, tropezó repentinamente y rodó ladera abajo hasta un pequeño estanque. Miré a mi compañera sin saber muy bien qué hacer. Al ver que ninguna de las dos nos decidíamos, suspiré y bajé con cuidado para ayudar al anciano, seguida por la Unicornio.
- ¿Te encuentras bien?- pregunté tendiéndole la mano para que saliera del fango.
- Gracias, jovencita. Sí, ha sido una buena caída – contestó el anciano sonriendo.
Se levantó trabajosamente y cargó de nuevo con sus cosas hasta tierra firme. El hombre nos seguía de cerca y cuando llegamos a la cima de la pequeña colina depositó en el suelo sus pertenencias.
- Permitidme celebrar una ceremonia del té para dos jóvenes tan agradables y serviciales – dijo inclinándose profundamente -. Mi nombre es Megumi.
Miré de reojo a la shugenja y vi que parecía dispuesta a aceptar. Me encogí de hombros y cuando me incliné para aceptar la invitación, me di cuenta que si bien el bajo del pantalón de mi kimono estaba húmedo y manchado de barro, el del campesino estaba seco y su ropa azulada se hallaba inmaculada. Me disgustó ir sucia, pero decidí asearme cuando nos instaláramos en la ciudad. El hombre estiró una esterilla con un paisaje azul en el que resplandecía una grulla, pero cuando me acerqué para ver qué dibujo era, se arrodilló sobre ella ocultándolo.
- Joven-Sama – dijo dirigiéndose a Iuchi -, ¿podrías acercarme el juego de té?
Ella siguió las indicaciones hasta el cofre en el que supuestamente se encontraban las piezas, pero cuando lo abrió reparó en que llevaba un daisho. Yo no lo había visto, pues había bajado a llenar de agua la tetera, y cuando regresé y vi la cara de Iuchi- Sama comprendí que ocurría algo. Me hizo un gesto con la cabeza y descubrí a qué se refería.
- Perdona, pero me gustaría saber qué hace un campesino con armas – pregunté entornando los párpados.
- Es el daisho de mi señor – contestó clavando sus ojos claros en los míos. Parecía increíblemente sabio.
- ¿Y adónde lo llevas?- insistí.
El hombre guardó silencio y comenzó los preparativos para la ceremonia. Este ritual siempre ha tenido el don de calmar mis nervios y alejar de mi mente todos los pensamientos vanos. Cuando el líquido caliente descendió por mi garganta, me sentí totalmente preparada para afrontar mi destino, cualquiera que fuese éste.
En silencio, Iuchi-Sama y yo le dejamos recoger el juego y nos incorporamos dispuestas a reunirnos con nuestra caravana, algo alejada ya de nosotras.
- Esperad, jovencitas – pidió antes de que partiéramos -. No puedo dejaros ir sin recompensar tanta amabilidad. Toma – sacó de entre sus cosas un cofre y se lo entregó a la shugenja.
- No puedo aceptarlo.
- Es un regalo obligado.
- De verdad que es demasiado por tan poco – contestó ella inclinándose.
- Insisto.
- Domo – dijo Iuchi-Sama finalmente. Guardó el cofre en el equipaje que cargaba su caballo e inició la marcha.
- Esto es para ti – recogió del suelo el daisho y me ofreció la katana.
- No puedo aceptar la katana de tu amo – repliqué negando con la cabeza.
- Mi amo ha partido a un viaje del que no regresará – respondió bajando la mirada.
- Entonces tendrá a alguien que empuñará su espada con honor.
- Te ruego que tomes esta espada – pidió corvando su espalda, de por sí bastante inclinada.
- Domo arigato – cogí la katana con ambas manos y enseguida noté que su calidad era mayor que la de la que llevaba colgada de la cintura.
- Veo que os dirigís a Tsuma. Allí tengo una casa y no voy a usarla estos días. Podéis disponer de ella tú y tu amiga sin ningún compromiso.
- Domo.
Me dio las señas para encontrar el alojamiento, y tras darle las gracias, intenté dar alcance a Iuchi-Sama para informarle de la invitación. Sonrió y mantuvimos el silencio, abstraídas en nuestros propios pensamientos, hasta la ciudad.



Cuando llegamos a Tsuma, buscamos la casa siguiendo las instrucciones de Megumi. Era media tarde y el sol brillaba sobre las aguas del mar más bello de la tierra. No tardamos demasiado, y dimos con una acogedora casita de madera en el barrio artesano. Traté de acomodarme lo más confortablemente posible, y tras asearnos, cada una se dispersó por las calles sin más recado que el de estar en la plaza de la ciudad temprano para retirarnos a descansar.
Tsuma era más de lo que había esperado. Los Grulla sabían mantener sus ciudades limpias y hermosas, y ésta no era una excepción. Por todas partes se veían samuráis ataviados con ricas galas, mujeres de belleza inimaginable, posadas y casas de té de buen nombre… Contemplé extasiada todo aquello que en mi ciudad natal no se apreciaba. Los Dragones éramos uno de los clanes más austeros y sobrios de Rokugan, y los placeres terrenales no eran los que más atraían nuestra atención. Encaminé mis pasos en la misma dirección que parecían haber tomado todos los transeúntes y éstos me llevaron a una multitud que aguardaba el desembarco de una barcaza en cuya vela mayor ondeaba el emblema real. Me costó dada su pequeña estatura, pero di con la shugenja Unicornio, que intentaba ponerse de puntillas para ver algo.
- Unicornio-Sama – dije situándome a su lado -. ¿Sabes qué ocurre?
Me miró como si me estuviera burlando de ella. Incliné la cabeza y me giré para atisbar entre el gentío.
- El barco imperial está siendo amarrado en el puerto. Parece que… Oh, parece que el Emperador está descendiendo a tierra – murmuré nerviosa. No me esperaba que tan insigne espectador asistiera al torneo.
La figura imperial era realmente impresionante. Sus ropas eran las más ornamentadas que había visto en mi vida, acostumbrada como estaba a la seriedad de mis hermanos. Intenté distinguir algo más entre las cabezas. Un hombre de porte igualmente respetable se aproximó al Emperador y se inclinó ante él primero y después ante un joven de parecido innegable con el monarca. Este hombre era Doji Hoturi, el que más tarde conocería como el Campeón Esmeralda.
- Ése es Calamari – dijo un Cangrejo a Iuchi, señalando al muchacho -. El Emperador se resiste a abdicar en él pese a que ya va siendo hora de plantearse un cambio.
Le vi mirar a la mole que se erguía a su lado algo sorprendida. Mi mano se había posado en la empuñadura de mi katana sin haberme dado ni cuenta. Sentí en la palma encallecida de mi mano la madera y el metal de la guardia, frío y desgastado.
Pero mi atención, al igual que el del resto de los mortales allí reunidos se vio atrapada en la belleza de la dama que acompañaba a Doji. Llevaba una máscara, pero esto no disminuía la finura de sus rasgos marcados en la madera tallada.
- Es la Dama Kachiko – informó el Cangrejo dando con el codo a la shugenja.
Fui la única que oí el silbido de mi espada al ser parcialmente desenvainada. Iuchi-Sama se volvió hacia mí y se encogió de hombros. Me pidió que nos fuéramos y guardé la hoja con el fin de hacerle caso. Eché un último vistazo a la comitiva imperial y vi a alguien en quien antes no había reparado. Su armadura roja y negra relucía ricamente bajo el sol vespertino, y la máscara que ocultaba su rostro le tachaba de Escorpión. La sensación que noté en la boca del estómago fue la más extraña que había tenido en toda mi vida. Aquellos ojos oscuros y brillantes escudriñaban alrededor con la indiferencia propia de quien ha ganado antes de jugar. Traté de grabar su aspecto en mi mente y me dispuse a seguir a mi compañera.
Nos abrimos paso entre la algarabía y salimos a calles menos abarrotadas. Estaba turbada por la visión del joven Escorpión cuando en un callejón nos topamos con un mendigo. A pesar de sus ropas raidas y sucias, su rostro reflejaba un conocimiento superior al de un “eta” corriente.
- Una moneda para este pobre anciano – su voz cascada llenó la estrecha callejuela mientras unos ojos que desmentían su edad se posaban sobre nosotros.
- ¿Puedes contarnos algo de la ciudad?- inquirió Iuchi-Sama abriendo la bolsa donde llevaba el dinero.
- Claro que sí, preguntad y seréis contestadas – sonrió.
- ¿Qué ocurre en la ciudad?- pregunté interesada -. He distinguido al Daimyo del clan de la Comadreja entre el cortejo imperial. Hay rumores de guerra entre los León y los Grulla.
- Sabéis preguntar, niñas – contestó el mendigo -. No habéis oído mal. Los Leones no tienen suficiente con rugir. Están buscando apoyos fuera de sus fronteras, y la Comadreja es un clan menor que podría prestarles hombres y ayuda para enfrentarse a los Pájaros.
- ¿Y el joven Calamari?- intervino Iuchi-Sama.
- El Emperador no quiere abdicar en él porque todavía no lo considera preparado. Pero lo cierto es que no quiere abandonar un poder del que es tan celoso – aquel hombre era un pozo de sabiduría.
- Y… ¿el joven Escorpión que viaja con ellos?- pregunté tras una pausa.
- Es Bayushi Sugai – respondió mirándome -. Es sobrino de la Dama Kachiko. Tened cuidado con él. Imagino que vendréis al Campeonato Topacio. Él también participará, pero fue inscrito por su tía fuera de plazo. Le gusta jugar sucio, como a todos los de su clan. También deberéis tener precaución, pero de otro tipo, con Doji Kuwanan. Es el hijo del Campeón Esmeralda Doji Hoturi. Es el favorito para ganar el torneo y está muy preparado.
- Domo – dijo Iuchi-Sama cuando terminó de hablar. Le entregó tres bu que con los dos míos hicieron medio koku y nos fuimos.
El sol ya caía en la línea donde se unen cielo y océano indicando que era el momento de retirarse a descansar. Nos disgustaba no poder disfrutar del esplendor de Tsuma, pero la disciplina en la que habíamos sido educadas durante tanto tiempo nos hizo más suave este mal trago.
Conseguí dormir unas horas, pero en cuanto salió el sol, Iuchi-Sama y yo nos levantamos. Llegamos muy puntuales a la Escuela Kakita, donde tendría lugar el concurso. Las gradas estaban ya llenas con los asistentes, y en el palco de honor había tomado asiento el Emperador y Calamari. Divisé entre la muchedumbre al Daimyo de mi clan, rodeado de sus cortesanos, conversando animadamente. La primera prueba del torneo sería Sumai. La lucha.
Sortearon las parejas y a mí me tocó en tercer lugar. Cuando conocí quién sería mi adversario, los nervios hicieron presa en mí. Doji Kuwanan, el hijo del Campeón Esmeralda y favorito del Campeonato sería mi contrincante. Su familia estaba especializada en la actividad de guardaespaldas, por lo que en el cuerpo a cuerpo sería terrible. Salí a la arena intentando aparentar calma, mientras sentía cómo todos mis conocimientos de Iujutsu desaparecían de mi mente. Era incapaz de realizar una sola llave bajo la presión de los gritos de ánimo a Doji. Cuando el árbitro ordenó el comienzo, Doji se me adelantó y trató de derribarme. Conseguí mantener el equilibrio a duras penas, pero me fue empujando hacia el borde del tatami. Afiancé mis pies con firmeza en el suelo y logré empujarlo varios metros hacia atrás para recuperar el aliento. Me lancé cogiendo carrerilla para intentar tirarlo al suelo, pero aprovechó para darme una patada en la pierna que por poco me hace caer. Dolorida, encajé otra patada más y esquivé un primer puñetazo. Desgraciadamente, el segundo me pilló por sorpresa, y combinado con un placaje, me hizo caer de espaldas.
La humillación que sentí por no haber sabido dominar mis nervios seguida por la provocada por los aullidos de celebración del público exaltaron mi cólera, sentimiento poco frecuente en mí por encontrarlo vacuo y sin sentido. Me levanté y salí de la arena magullada. Los participantes serían curados al final de la jornada, por lo que me lavé la nariz ensangrentada y el labio partido por el puñetazo de Doji. Regresé al recinto y mi mirada fue a parar al palco de mi Daimyo, que me miró de reojo, haciéndome sentir todavía más inútil. En ese momento anunciaron la pelea de Bayushi Sugai. Su oponente era el representante del clan Fénix, un shugenja de fuego. Antes de empezar, vino a mi encuentro Iuchi-Sama, que había ganado su combate y sonreía satisfecha. Al verme, me saludó con una inclinación de cabeza y se giró hacia la pelea actual. Nada más empezar, el Fénix se tiró hacia Bayushi y éste le puso la zancadilla, haciéndole morder el polvo en apenas dos segundos. Bajo la máscara no podríamos adivinar ni uno solo de sus sentimientos, y aunque a cualquiera le embargara la alegría por haber ganado el enfrentamiento y obtenido así un punto de los cinco necesarios para lograr el Gempukku, lo cierto es que el Escorpión se retiró tan silenciosamente como había venido.
Las dos pruebas siguientes, correspondientes a las Leyes y la Heráldica respectivamente, me emparejaron con sendos aspirantes al título a quienes superé sin mucho esfuerzo. Los años de estudio ininterrumpido me habían enseñado algo más que a matar. La última prueba del día era la que evaluaba nuestras capacidades en el Atletismo. La suerte me emparejó esta vez con Toku, un ronin que se había presentado al concurso con la esperanza de impresionar a algún clan. Tras la señal de salida, me sacó algo de ventaja, pero resbaló en el obstáculo del tronco y cayó al barro que aguardaba bajo el árbol. Yo logré pasar y eché a correr velozmente, pero el ronin me dio alcance. Antes de llegar al último obstáculo de la carrera, se frenó en seco y dio la vuelta, pues había perdido una sandalia. Aflojé mi ritmo hasta que vi que la encontraba y reanudaba la marcha, pero yo le había sacado mucha ventaja y llegué a la meta la primera. Ya tenía acumulados tres puntos, uno menos que Iuchi-Sama, cuya competición había sido excelente.
Concluídas las pruebas por el día presente, se nos indicó que nos curarían y deberíamos asearnos para asistir a un banquete nocturno. La cena tendría lugar en la escuela Kakita, la más afamada del reino de Rokugan, y a ella asistían el Emperador y su séquito.
En la mesa de honor tuvieron cabida el Campeón Esmeralda y la Dama Kachiko, Doji Hoturi y el joven Escorpión Bayushi. Nosotras fuimos acomodadas en un discreto segundo plano con los demás participantes del torneo. Preferí mantenerme en silencio durante la opípara cena para concentrarme en las pruebas del día siguiente. Estaba tan perdida en mi mente que sólo reaccioné cuando la bella Dama Otaku, también competidora, nos invitó a Iuchi-Sama y a mí a dar un paseo de camino a nuestra casa tras la cena.
Aceptamos encantadas, pues todos se estaban retirando ya para madrugar al día siguiente. Recorrí con la mirada la sala donde habíamos cenado pero ya no vi al Escorpión.
La ciudad de noche era todavía más hermosa que a la luz del sol. Pequeños candiles de papel iluminaban las calles de camino a nuestro hogar provisional. La Dama Otaku era una gran conversadora y nos contó cómo estaban las cosas en su tierra, vecina a la de Iuchi-Sama. Pero no todo iba a ser un idílico paseo bajo la luna. Tras haber recorrido parte del trayecto, la luz reflejó en el suelo algo que no eran adoquines mojados. La sangre formaba pequeños riachuelos entre las baldosas de piedra, manando de más cadáveres de los que a primera vista podían contarse. Miré a mi alrededor, temerosa de que esto fuera una emboscada, pero si lo había sido, no era para nosotras. Todo parecía calmado tras la tormenta, y cuando nos disponíamos a salir a dar aviso del ataque, reparamos en una figura erguida sobre el puente a la vez que ella nos observaba por primera vez. Se aproximó con paso firme hasta nosotras y cuando vi la máscara supe quién era.
- ¿Qué hacéis aquí?- preguntó Bayushi Sugai visiblemente molesto. Llevaba todavía la espada desenvainada y de ella goteaba sangre sobre el empedrado.
- Hemos venido paseando de camino a casa – contesté con voz templada. Bayushi me miró un instante y vi un relámpago burlón cruzar su mirada.
- Sería mejor pregunta qué haces tú aquí – intervino Otaku-Sama dando un paso al frente.
- No voy a contestar a eso. Acudamos al Campeón Esmeralda y allí daré mis explicaciones – respondió echando a andar hacia la casa del Magistrado.
Nosotras lo seguimos digiriendo lo que había ocurrido. Estaba claro que él había sido el responsable de aquella matanza, pero me gustaría ver qué explicación daría a Doji Hoturi cuando se enterara de que uno de los asesinados era el Daimyo Comadreja.
Entramos en la casa Doji y tras presentar nuestros respetos al Campeón y a la Dama Kachiko, Bayushi Sugai comenzó su relato.
- Señor, me hallaba yo de camino a mi retiro para prepararme para el encuentro de mañana cuando vi brillo de espadas enzarzadas en combate. Me apresuré a prestar auxilio a los asaltados y más cuando descubrí que se trataba del noble del clan de la Comadreja. Pero ya era tarde, y lo único que pude hacer fue dar muerte a los asesinos que huían por el puente – explicó sin que un solo trémolo alterara su voz.
- En ese caso, Bayushi-San, quedas liberado de culpa alguna y se te reconocerán honores por vengar la muerte de un noble. Lástima que los asesinos también murieran – dictó Doji Hoturi.
- Pero él es el asesino – exclamó Otaku-Sama al oír la sentencia del juez.
Tras pronunciar esas palabras en medio del silencio más sepulcral imaginable, todos supimos que la suerte de Shiko estaba echada. Bayushi la retó en duelo por haber mancillado su honor y el de su dama, y tras la autorización de Doji-Sama, fueron a la escuela Kakita a pelear.
Los asistentes al duelo eran múltiples, pero se habría oído hasta el suspiro de una hormiga en la sala, tal era la disciplina con la que contemplaban el combate. Yo sabía de antemano la suerte que iba a correr la joven por haber dado rienda suelta a su lengua, y ésta se confirmó cuando con un movimiento increíblemente rápido y preciso, Bayushi segó su vida de un solo golpe. En lugar de apartar la mirada del cuerpo inerte de la joven Unicornio, mantuve los ojos fijos en ella, sopesando el valor que tenía el saber estar en esta vida que estábamos a punto de iniciar. El Escorpión limpió la sangre de la katana haciéndole saltar con un golpe seco en el aire, y antes de desaparecer posó su atención sobre nosotras. Volveríamos a vernos.
Esa noche no hubo más incidentes, pues los participantes estábamos exhaustos tras la dura jornada de pruebas y había que recuperarse pronto.
A la mañana siguiente me levanté temprano. Me había costado asimilar los hechos de la noche anterior y las consecuencias de éstos. El asesinato del Daimyo Comadreja eliminaba toda posibilidad de alianza entre su clan y el del León. Sin duda había más intereses ahí mezclados de los que ninguna de las familias estaría dispuesta a reconocer. Pero debía mantener mi mente alejada de ese tipo de distracciones y estar concentrada en los días que decidirían el resto de mi vida.
La primera actividad a la que debíamos vernos sometidos fue la de Arma. Para estos combates se emplearía cualquier tipo de arma de entrenamiento, esto es, sin filo para evitar daños mayores. El duelo sería a primera sangre, y cuando sacaron las bolas de emparejamientos, mi pulso se disparó al oír tras mi nombre el de Bayushi Sugai. Ambos subimos al tatami, armados con espadas. Parecía satisfecho con el resultado del sorteo, y cuando estuvo frente a mí ladeó la cabeza.
- Va a ser una victoria demasiado fácil – murmuró burlón.
Mantuve mi mente fría y alejada de las fanfarronerías del Escorpión. Cuando el árbitro dio la señal, él se deslizó más rápido de lo que habría imaginado hasta mí dispuesto a asestar un único golpe brutal. Pero mi tranquilidad fue más fructífera que su ira, y tras detener, no sin esfuerzo, su estocada, lancé un golpe a su cuello que hizo saltar un leve hilo de sangre. Al notar cómo se deslizaba el líquido por su hombro, se llevó la mano al corte y observó la mancha en la palma. A pesar de la máscara pude adivinar la indignación que sentiría al verse derrotado por mí. Envainé la katana y dándole la espalda, murmuré: Cierto, una victoria demasiado fácil.



Perdí las dos siguientes pruebas de Go y Equitación ante el representante León, un Matsu, pero conseguí mi gempukku en la prueba de Corte y afiancé mi puesto ganando el favor y el punto de la Dama Kachiko en el duelo de Poesía frente a Toku.
La segunda jornada terminó y los que ya habíamos conseguido el gempukku nos permitimos dar un paseo por la ciudad, más relajados tras haber agradado a nuestras familias.
A la mañana siguiente, el mismo Campeón Esmeralda, Doji Hoturi, nos explicó en qué consistía la última prueba.
- Los peces Tsu – comenzó con voz tonante – son típicos de nuestra tierra. Pesan unos veinticinco kilos y tienen una organización jerarquizada. En primavera, estos peces desarrollan patas en lugar de aletas y salen a tierra para poner sus huevos en los árboles. Estos huevos se consideran una delicia. Vuestra misión será recoger tres huevos de pez Tsu y traerlos para la cena de esta noche. Será la última prueba.
Eché un vistazo a los demás participantes. Algunos no conseguirían ya el Gempukku y se les notaba serios y compungidos. El Grulla Doji parecía muy seguro de sí mismo, y fue el primero en partir cuando dieron la señal de salida. Iuchi-Sama y yo decidimos ir juntas, pues yo me movía con más agilidad en el campo mientras que su intuición era superior a la mía. No tardamos en encontrar un árbol con huevos, pues varios peces Tsu estaban dormidos en sus ramas y al pie del tronco. Me llevé el dedo a los labios para indicar silencio y con todo el sigilo que me fue posible, me acerqué a la corteza esquivando a los peces. Eché hacia atrás la vaina de mi espada y trepé como pude por el árbol, ya sin preocuparme del ruido que pudiera hacer, pues me veía incapaz de no despertar a los animales. Alcancé una rama en la que había un suculento nido repleto, y cogí tres huevos. Pero con tan mala suerte que al ir a apoyar el pie en una rama para descender, pisé a uno de los peces, que saltó y me mordió el brazo sin piedad. Me mordí los labios para evitar el aullido de dolor y me dejé caer como un gato. Miré a Iuchi-Sama, que no parecía muy dispuesta a acercarse a los violentos animales y le hice un gesto con la cabeza para que lo intentara. Consiguió llegar hasta mí sin despertar a los patrulleros, pero cuando intentó subir se dio cuenta de que ese tipo de esfuerzo físico no era para ella. Se encogió de hombros con una sonrisa y echamos a correr sin pisar ninguna rama.
Nos las prometíamos felices ya cuando vimos algo entre el follaje. De entre la espesura saltaron de repente varios ronin, samuráis sin clan, bandidos.
- Rendíos o morid – exclamó el que parecía el cabecilla.
Tuve una visión fugaz de lo que podría ser plantarles cara: todos nosotros muertos en cuestión de segundos. Había varios de mis compañeros en las proximidades, pero ellos eran más. Los observé atentamente y luego miré a Iuchi-Sama, que hizo una mueca aconsejando la segunda opción. A regañadientes, dejé mis huevos en el suelo, al igual los demás participantes. Los ladrones los cogieron y huyeron por donde habían venido. Sólo Doji Kuwanan parecía haber llegado a la meta victorioso.
Una vez en la ciudad, y tras el reconocimiento a los que habíamos conseguido el Gempukku, me acerqué a Iuchi-Sama con cara de fastidio.
- Podría haber conseguido otro punto en el Campeonato. ¿Por qué nos rendimos?- pregunté hastiada.
- Uno de los ronin era un shugenja. Podrían habernos matado sin ni siquiera tocarnos.
Esbozó una sonrisa extraña y desapareció entre la gente. Nunca he comprendido a los hechiceros, y a esta pequeña Unicornio menos que a ninguno.
Tomamos un tentempié y entre los ocho que habíamos conseguido superar al menos cinco pruebas, sortearon las parejas para el torneo de Iaijutsu. Era tradición que entre los nuevos samuráis se celebraran duelos de Iaijutsu o desenvainado rápido para elegir un campeón. En primer lugar le tocó a Iuchi Misoko… con Bayushi Sugai. Cuando él oyó la tómbola sus ojos brillaron. Subió al tatami con aires de superioridad mientras que mi amiga se preguntaba cómo saldría de aquella.
El Iaijutsu del Escorpión era asombroso, y desenvainó en primer lugar. Pero en lugar de destruír la guardia de la Unicornio, ésta aguantó increíblemente varias estocadas seguidas. A cada golpe fallido de Bayushi, el público bramaba emocionado. Normalmente estos duelos se resolvían en cuestión de segundos, y aquella shugenja estaba plantando cara a uno de los samuráis más terribles de esta nueva generación. Cada vez sus ataques eran más y más desesperados, lo que hizo confiarse a Iuchi-Sama. Lamentablemente, el optar por atacar a un Escorpión se resuelve con una picadura, y así fue. A pesar de la derrota, fue felicitada por un número ingente de asistentes al duelo, muchos más de los que se acercaron a dar su enhorabuena a Bayushi.
A mí me tocó en último lugar contra el representante del clan Cangrejo. Era una mole de carne embutida en una armadura que dificultaba sus movimientos, pero eso no quitaba que la fuerza con la que embestiría fuera considerable. Adopté la posición de desenfundado rápido y cuando sonó la señal, me precipité contra Ida. De un solo golpe derroté su guardia y fui proclamada vencedora.
La siguiente ronda de emparejamientos me llevó a combatir contra Mirumoto Uriko, el otro joven de mis mismos clan y familia inscrito en el torneo. Por desgracia, me confié tras la primera victoria y él fue más rápido que yo. Todavía tengo una pequeña cicatriz bajo el ojo izquierdo, recuerdo de esta derrota amarga. Tampoco Bayushi logró derrotar a Doji, por lo que la final enfrentó a mi hermano con éste. Como todo el mundo predijo desde el principio, el Grulla resultó el campeón del torneo y consecuentemente, del Campeonato Topacio.
La ceremonia de entrega de los Daishos fue todo lo que habíamos esperado durante los largos años de entrenamiento, y la conmemoración del ganador a manos del Campeón Esmeralda, su propio padre, fue un acto que todos recordaríamos el resto de nuestra vida.
Tras la ceremonia, Iuchi-Sama y yo nos reunimos sonrientes.
- ¿Qué crees que haremos ahora?- pregunté tratando de imaginar qué se sentiría siendo reconocida como una gran samurái, conseguidora de grandes logros.
- No lo sé. Imagino que se nos destinará a algún tipo de misión – contestó ella encogiéndose de hombros.
- ¿Volveremos a vernos?